En la primera parte decíamos que los ingleses narraban su historia sin complejos; ahora no hacen historia, sino un panfleto. La primera se salva por su realización cinematográfica -interpretaciones, escenografía, guión- que dejaba a un lado ciertas deficiencias de documentación. Pero ahora todo ha cambiado, el objetivo de la película ya no es narrar la personalidad de una reina sino justificar y continuar con la Leyenda Negra.
Cate Blanchett dijo esto: Creo que la realidad histórica se ha quedado en un segundo plano, y que el personaje en lugar de ser el rey de España, podría ser de Rusia, Portugal o Francia. En concreto, lo que Shekhar Kapur quería contar es el hecho de que el destino de dos países cambie radicalmente por culpa del viento. Cate, lo siento, pero en 1588 Felipe II ya era rey de Portugal. No dais ni una.
Se pasa de puntillas por el tema de los corsarios, Francis Drake no existe, nada se dice del apoyo a los rebeldes en Francia y Países Bajos, los Tudor de Enrique VIII son la dinastía más honesta del mundo -grandiosa esa frase de la Inquisición que nos trae esa Armada Invencible que pretende acabar con la Libertad que impera en Inglaterra. Hacía tiempo que no me reía tanto, libertad religiosa en Inglaterra...
Si en la primera los españoles éramos los malos, ahora somos los peores.
Felipe II -que nunca será santo de nuestra devoción- es interpretado por Jordi Mollá cuando en 1588 tenía 60 años. El hijo del Emperador Carlos V es la evidencia de esa iconografía hispánica y ultracatólica que trata de representar a un país fanático de ultratumba -¿había alguien que no vistiera de negro?, ¿por qué hablaban en mejicano? ¿en España siempre era de noche como en Finlandia?, ¿por qué el herreriano Escorial se me parece tanto a Westminster?.
Me reí mucho cuando ese piratilla de Walter Raleigh inventado se tira de cabeza al calentito Mar del Norte en plena tempestad mientras se hunden los barcos españoles. Yo envié a mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos, dijo Felipe II al conocer la derrota de la Armada Invencible. Qué gran héroe, una película como esta no lo podía dejar pasar. Tampoco está nada mal el discurso patriótico de la reina a lo Braveheart de peluquería.
¿Salvamos algo? Puestos a ser generosos: la interpretación de Cate Blanchett, el vestuario y la escena de María Estuardo siendo ejecutada (la escena, porque los lloros y el sufrimiento de Isabel al ejecutar a su prima no se los cree ni ella. Sin embargo, seguro que no habrían puesto a Felipe llorando al tiempo que supuestamente asesinaba al príncipe don Carlos con sus propias manos).

A pesar de un esperanzador inicio a modo de road movie, Lisboa se merecía algo más. Las mejores reflexiones están al comienzo, en ese viaje improvisado que realiza un técnico de sonido a través de una Europa sin fronteras, en la que España queda representada por una canción de los Héroes del Silencio, Juan Manuel Gozalo diciendo penalty y un toro de Osborne en la Vía de la Plata.
El resto es un pretencioso discurso sobre la importancia de la imagen y del sonido parapetado en la poesía de Pessoa (como si eso ya otorgara una suficiente justificación intelectual). Lamentablemente esto no es París, Texas y el tedio cada vez se hace más insoportable.
Absténganse de visionar la película aquellos que pretendan viajar a la capital lusa y traten de documentarse. El director -y en su derecho está- muestra lo más sórdido de la ciudad, desaprovechando las posibilidades visuales de la capital más encantadora de Europa, a la que sólo las omnipresentes vistas sobre el Tajo hacen justicia. Porque Lisboa no es una ciudad de paso y solamente llega quien quiere ir. Y esta mediocre película excepto por el Tajo y por Madredeus, podría haberse rodado en cualquier ciudad.

Portugal debería ser uno de los temas más estudiados en España. Sin embargo, vivimos como dos vecinos que no se hablan, de espaldas. A pesar de que el Iberismo -al que desde esta página siempre apoyaremos- parece resurgir en los últimos tiempos, pocos autores españoles -una excepción es Hipólito de la Torre- centran sus investigaciones en el mundo luso. Así que tienen que ser los ingleses los que nos cuenten la historia de su siempre fiel y sumiso Portugal.
El libro no hace una historia total de Portugal, como su erróneo nombre nos indica, pues el tratamiento de la Edad Antigua y Medieval es superficial y no del todo riguroso. El autor emplea entidades inexistentes como Reino de Cataluña (sic) y se equivoca en el análisis comparativo de 1640 entre Portugal y Cataluña.
Sin embargo, a medida que el libro -y la historia- avanza se percibe un incomparable mayor nivel. Efectivamente, la historia moderna y contemporánea ocupan más de dos tercios de la obra. Birmingham analiza tanto las relaciones internacionales de Portugal -especialmente con su siempre aliada Inglaterra, así como sus colonias en África, Asia y América- como la política interior. Pero en lo que más destaca el libro es en el estudio de la estructura social y económica del país, aportando numerosos datos que facilitan la comprensión sociólogica.
Casi siempre estos estudios suelen ir de más a menos pero aquí encontramos una grata excepción. En definitiva, se trata de una obra que debería suprimir su primera parte (antigua y medieval) porque no está a la altura del resto.

Vivimos en una tierra sin memoria pero las personas como Arturo Pérez-Reverte aun nos hacen albergar un hálito de esperanza. Porque Reverte no hace esa novela histórica tan de moda y tan estereotipada, lo que Reverte realiza, es al mismo tiempo novela e historia, como Galdós. Qué duda cabe que está en lo alto del escalafón pero siempre ha sido un tipo valiente, sin complejos, con un par.
En esta obra de encargo para conmemorar la famosa batalla contra los ingleses, Reverte llega a la culminación de su narrativa. Creo que pocas veces pueden lograr combinarse tantas cosas con tanta precisión. El autor logra integrar de manera casi increíble el complejo léxico técnico de la navegación con expresiones populares, extranjerismos y onomatopeyas creando un lenguaje propio y reconocible. El mérito está en que jamás se pierde la agilidad narrativa y en todo momento nos sentimos a bordo de ese ya mítico Antilla.
Villeneuve siempre pasará a la historia como el torpe comandante que no se atrevió a cumplir el plan napoleónico de invadir Inglaterra por lo que, de rebote, acabó en Cádiz. El mezquino Godoy, siempre fiel al papá francés, dijo que sí a la lucha contra los ingleses en Cádiz, una batalla perdida de antemano, con una tropa inexperta reclutada a la fuerza como ese memorable barbateño Marrajo. El resto es historia. ¿O novela?

La reciente inauguración de la ampliación Moneo del Museo del Prado permite recuperar la pintura española del siglo XIX y, particularmente, el subgénero de la Pintura de Historia. Cuadros como Juana la loca, Los amantes de Teruel o La rendición de Bailén permanecían arrinconados por falta de espacio y de voluntad expositiva.
Carlos Reyero considera los cuadros de ese género -la mayoría realizados sólo en treinta años- en el contexto de la construcción de una identidad nacional española.
El cuadro que representa El fusilamiento de Torrijos es un icono de la libertad en España. Fue encargado por el liberal Sagasta bajo la regencia de María Cristina. Pedro de Madrazo afirma que los personajes del cuadro representan mejor que Goya la heroicidad y dignidad de los españoles porque los pinta con nombres y apellidos, no refugiados en el anonimato ni en la aparente indigencia -la frase literal es feos e innobles pillastres sacado de la hez del vecindario madrileño.
José María de Torrijos fue un general liberal encarcelado al apoyar el pronunciamiento de Lacy. Tras el breve intervalo del trienio liberal tendrá que exiliarse a Inglaterra (donde se integra en el romántico colectivo de Apóstoles de Cambridge) hasta 1830 cuando llega a Gibraltar, donde prepara su llegada a España pero su plan será descubierto. Fernando VII ordena la ejecución de Torrijos y de cincuenta y dos compañeros. Que los fusilen a todos, dijo el rey.
Ahora El Prado inaugura nuevos espacios y Sus Majestades son ubicados para la foto de rigor ante el cuadro de Gisbert, en que el antepasado felón de nuestro monarca ejecuta a Torrijos. ¿Casualidad, despiste, intencionalidad?

Un historiador militar, un hombre obsesionado por la guerra, un tipo con aires de grandeza, un estratega excepcional, un valiente, un temerario, un maleducado, un gurú, un defenestrado, etc. Todo eso es Patton, amado y odiado al mismo tiempo.
El monólogo que inicia la película es magistral y define mejor que nadie al tipo que vamos a observar durante un par de horas delante de nuestros ojos.
¿Montgomery o Patton, he ahí la cuestión? En la guerra no nos queda ninguna duda: Patton.
Lo de Monty en El Alamein no fue una cosa tan anormal ante un ejército -el de Rommel- sin combustible. Al inglés no le quedaba otra que desgastar al contrario y no hacer movimientos osados porque sabía que El Zorro era infinitamente mejor estratega que él.
Patton se le adelantó en Sicilia (mientras el inglés se atascaba) e hizo literalmente lo imposible en Bastogne.
La película fue realizada cuando los estadounidenses perdían Vietnam y necesitaban héroes. Patton, con sus virtudes y defectos (que de paso moralizan), lo era. Y la excepcional interpretación de Scott, secundado por Karl Maden como el moderado general Bradley, más el correcto guión de un joven Coppola, contribuyeron al éxito de un filme rodado en exteriores españoles donde Aranjuez, por ejemplo, era Córcega.

Con El orfanato pasa como con esas anomalías de la memoria que llaman Deja vú: uno tiene la sensación de haberla visto anteriormente. Efectivamente, a pesar de los notables esfuerzos del director, la película nos remite constantemente a Los otros y a El sexto sentido (sobre todo por la madre histérica, el niño raro y la casa misteriosa).
Desde ese momento el espectador tiene dos opciones: o considerar El orfanato como mero ejercicio comercial o, por otro lado, valorar la impecable factura de su realización técnica. El primer camino nos conduce a la acumulación de una serie de tópicos del género: abuso de portazos, oscuridad, gritos. Es el problema de un género tan manido, donde hacer cosas nuevas es prácticamente imposible. Todos correctos, en fin, pero poco más.
Que sea la película española más taquillera en varios años nos indica varias cosas: que el espectador español no gusta de historias intimistas de hoy -el género que más abunda entre nuestros realizadores- y que las superproducciones nacionales (Alatriste, El laberinto del fauno) suelen triunfar.

Al comenzar el filme se observa a Matt Damon interpretando a un hombre casado y con un hijo. Entonces surge el porqué de su elección. ¿No podrían haber escogido a una persona de más edad? Al instante nos damos cuenta de que pocos actores pueden realizar el papel de un individuo desde la juventud hasta su madurez. Damon logra captar toda la esencia de este personaje silencioso, inteligente y comprometido. Se le da muy bien interpretar a esa clase de tipos enigmáticos como vimos en El talento de Mr. Ripley o la saga de Bourne.
De Niro, en su segunda película como director, narra la historia de la CIA basándose en un excepcional guión de Eric Roth. A pesar de la excesiva duración de la cinta, el director sabe de qué va el negocio. En la película hay de todo como en botica. Desde un interesante análisis de la guerra fría hasta los entresijos de la vida sentimental del protagonista (hacía mucho tiempo que Angelina Jolie no hacía una buena interpretación).
Pero lo más interesante es el alarde narrativo de De Niro, capaz de saltar constantemente en el tiempo sin que el hilo argumental pierda claridad (incluso la gana).

Los ingleses tratan su historia sin complejos y eso es admirable (se pueden equivocar pero hay que reconocer su valor). Sin embargo, en esta tierra nuestra escasea la valentía y sobran los complejos. Preferimos, por lo tanto, realizar películas que no puedan herir ciertas sensibilidades de moda. Alatriste, por ejemplo, es una excepción que camina en la dirección de valorar lo que fuimos -y por tanto lo que somos-, que es la empleada por los ingleses con Elizabeth.
Aquí los anglicanos de la bella Isabel I son los buenos y los católicos de la fea María Tudor los malos. Y punto. Una Inglaterra convulsa entre los partidarios de dos religiones: por una parte, María Tudor casada con su sobrino el futuro Felipe II (para ellos el integrista católico de la Leyenda Negra) como defensores del catolicismo; por otro lado, los herederos de la reforma anglicana de Enrique VIII.
En definitiva, una interesante recreación histórica (admirable fotografía y diseño de vestuario) protagonizada por una excepcional Cate Blanchett para el orgullo de una Inglaterra sin pudor.

Yo había escrito esto: El principal mérito de esta película es lograr que pasemos de espectadores a viajeros. Desde el primer instante nos encontramos a bordo de un barco, no frente a una pantalla. Y pretendía continuar el comentario en esa dirección pero recordé que alguien ya lo había dicho todo, y mejor:
http://www.capitanalatriste.com/escritor.html?s=patentescorso/pc_07dic03
Ya no hay más que añadir.

Aunque ligeramente extensa, Zodiac es una de las películas más notables de los últimos tiempos. Con un reparto soberbio, encabezado por Jake Gyllenhaall -protagonista de la aceptable pero sobrevalorada Brokeback Montain (sobrevalorada por un discurso políticamente correcto)- y un excepcional Downey Jr., David Fincher teje la reconstrucción de la serie de asesinatos que conmocionaron a la costa Oeste de Estados Unidos durante las décadas de los sesenta y setenta.
Zodiac no es Seven II, pues Fincher se centra más en los aspectos metodológicos de la investigación que en la minuciosa descripción de los asesinatos. Por otro lado, estéticamente impera el realismo, lejos de los juegos visuales de la cinta protagonizada por Freeman y Pitt (y aun más alejada de El club de la lucha).
Fincher podría -pero no quiere- darnos algo más. Hay que reconocer su honestidad -valor que parece desterrado de nuestra sociedad- en el rigor del relato por encima de posibles guiños hacia algo más espectacular y engañoso. Zodiac vuelve a elevar al irregular director, capaz de realizar obras tan heterogéneas que van desde la infame El club de la lucha hasta la sublime Seven.

La prehistoria no es una época que pueda llevarse a la gran pantalla con facilidad. Se precisa, en primer lugar, una rigurosa investigación -el gran fallo de Annaud (brevemente comentado en el último párrafo)-, pero por otro lado, también se precisa un sólido argumento que evite el posible hartazgo. Parece complejo, por lo tanto, realizar una película en estas condiciones, más propicias a priori para un documental divulgativo que para una narración de ficción.
Sin embargo, En busca del fuego posee la tremenda virtud de lograr que el espectador se apropie de una historia poseedora de tal excepcional capacidad narrativa que no precisa del empleo de subtítulos. La película se convierte en la obra maestra -tal vez la única- del cine prehistórico.
Annaud, autor de la magistral adaptación de El nombre de la rosa, contó con la colaboración de Anthony Burgess para la construcción de un lenguaje coherente. Gracias a la película descubrimos -y así debería ser todo cine histórico: descubrimiento- la amistad (los cazadores acuden al rescate de su compañero), el paso de la instintiva sexualidad animal al amor, o el proceso de aprendizaje de nuevas técnicas.
Aunque existen una serie de graves errores científicos como ¡la convivencia de cuatro especies de homínidos!, incluso una ya inserta en el Neolítico - circunstancias imposibles tratándose de 80.000 años a. C.-, la cinta no debe dejarse de lado y ha de ser valorada, sin duda, positivamente.


Hasta hace pocos años las construcciones de Santiago Calatrava me fascinaban. Consideraba al valenciano como el creador de una sobresaliente estética personal. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, considero sus obras como meros ejercicios de megalomanía. Las razones de este cambio en mis consideraciones se basan en la evidencia. Tres ejemplos:
Uno. Cuando el viajero soporta el terrible frío de la terminal de autobuses de la estación de Oriente en Lisboa percibe que la excepcional calidad formal del espacio que le rodea ha dejado de tener importancia.
Dos. En otra de sus obras realiza un puente -el Zubi-zuri de Bilbao- con losetas de cristal donde prima lo puramente estético frente a lo funcional, provocando, de este modo, numerosas caídas de los ciudadanos al no tener en cuenta el contexto climático (en este caso una ciudad caracterizada por su elevada pluviometría). Por si fuera poco, las losetas se rompen al precio de 240 europeos la pieza.
Tres. Por último, en Oviedo, ha realizado un centro comercial en el solar del antiguo estadio Carlos Tartiere. Donde había un espacio de mediana altura -las gradas- y el campo, ha edificado una construcción desmesurada que llena todo el solar y que impide a los vecinos la visión del entorno.
En fin, Calatrava, una carrera descendente.

Cuando una buena película termina con un impresionante final se convierte en un filme imprescindible. Escasean culminaciones de este tipo en el cine español, pero no vamos a hablar de ello, ya que el espectador debe contemplarlo sin condicionantes previos.
La Flaqueza del bolchevique consiguió dos Goyas en el año 2004 -seguramente tan justos o injustos como la mayoría de los premios- a la adaptación de la novela de Lorenzo Silva y a la mejor actriz revelación. Y en el segundo premio reside una de las claves de la película: la sublime interpretación de María Valverde.
Cuando una chica de 15 añ0s realiza un debut de tamaño calibre, el espectador sólo puede quedarse pasmado ante tal ejercicio de calidad interpretativa. Una actuación impeclable donde el misterio, la sensualidad -descarado aire de lolita- y la credibilidad son las claves de su atractivo.
El otro protagonista es Luis Tosar, siempre correcto y convincente, pero esta vez eclipsado por la fuerza de la Valverde.
La película tiene ritmo, una historia sólida, bien construida, lo que revela a un director de talento: Manuel Martín Cuenca.
Sólo restaba que la banda sonora tuviera como protagonistas a Extremoduro...

Cuando uno lee a Auster, percibe la impresión de que está frente a un tipo que se encuentra en un peldaño superior al resto. El lector sabe con antelación que no le puede defraudar. Con un dominio absoluto de la técnica narrativa, el libro presenta esos juegos tan austerianos de la literatura dentro de la literatura, de las historias dentro de otras historias.
Homenajeando al cine mudo -que tan bien conoce Auster-, descubrimos la vida de un escritor, de un cineasta e, incluso, de un personaje de ficción, Martin Frost -llevado al cine por el propio Auster en lo que parece otra de sus complejas metahistorias.
Cuando el lector acaba el libro, con un sublime final, siente que Hector Mann es absolutamente real y necesita ver alguna de sus inteligentes películas como Don Nadie. Es percisamente en ese instante cuando se da cuenta de la magia de esta maravillosa novela donde la ilusión nos parece realidad.

Todo intento de aproximación cinematográfica a la historia de España debe ser valorada y desde esta página así lo haremos. Teresa, pues, recrea la vida de la famosa Santa de Ávila en el marco del Siglo de Oro español. (Un Siglo que, curiosamente, ocupan dos centurias marcadas por los postulados renacentistas y barrocos.)
La correcta recreación histórica, sin embargo, no debe dejar a un lado la narración de la biografía de un personaje que podría haber dado algo más de sí. La sobrevalorada Paz Vega cumple en el papel pero da la sensación de que interpreta más a una Carmen andaluza que a una santa castellana. En el reparto, entre otros, Leonor Watling, Eusebio Poncela, Geraldine Chaplin y uno de nuestros actores favoritos, Manuel Morón, completan un elenco de actores que consiguen ese aprobado general de la cinta.
Hay escenas que evidencian lo que Teresa pudo ser y no fue, como el homenaje al tridimensional Cristo de Mantegna, o las escenas de San Pedro de Alcántara. Si Lóriga hubiera intentado ser más valiente, Teresa resultaría una película sobresaliente. El problema es que el reto era excesivo para un buen escritor por lo que el director prefirió abordar la película de una forma convencional.

Inteligente historia sobre un recién licenciado en letras y la imposibilidad de acomodar sus estudios al complejo mercado laboral (una sociedad que valora lo técnico sobre lo humanista.)
A Stefano Accorsi -protagonista de la histórica portuguesa Capitanes de Abril- le acompañan tres personajes: la chica guapa, el amigo gracioso y la amiga exótica (india). Por todo ello, tal vez se pueden criticar los excesivos tópicos empleados que, sin embargo, siempre son superados por la inteligencia de la narración. El humor, más amargo que alegre, nos obliga a reflexionar acerca de las vicisitudes de unos personajes marcados por una triste normalidad. Tanto los efectivos recursos visuales como los interesantes diálogos no nos permiten caer en momento alguno en el tedio de una historia que, a priori, podía ser demasiado común.




El debut como director de Fernando León de Aranoa se materializó en este película, probablemente la más original de la última década en el cine español. La ópera prima del madrileño se mueve en el complejo filo existente entre la amargura y la sonrisa. Este singular recurso será empleado por León de Aranoa en sus posteriores trabajos, caracterizados por una mayor preocupación en problemáticas sociales. Temas como el desencanto, la nostalgia o la ironía serán constantes en futuros largometrajes del director.
Familia es: ritmo lento, pausa, reflexión, guión inteligente, crítica, sorpresa, película coral. Además de todo eso, lo más complicado en este proyecto era darle credibilidad. Y se logró gracias a la lúcida mirada del director y al espléndido trabajo de todos los actores del reparto (con Galiardo en plan crack.)


















La valoración del material supone una de las características más destacadas en la obra del escultor vasco. Madera, bronce, hormigón. Materiales rotundos, tradicionales y desafiantes al paso del tiempo.
En la serie de los Peines del viento (San Sebastián, 1977) el acero sufre la oxidación al contacto con la naturaleza. La vinculación entre obra y entorno se hace inseparable. A la yuxtaposición de texturas -piedra y acero-, se añade el diálogo entre el viento, el mar y la obra. La preocupación por el espacio -tanto interior como exterior- es otra constante. Un espacio que Chillida encadena con el tiempo. (Tiempo tal vez aprendido bajo los palos de la portería de la Real Sociedad...)

Se trata de una película bélica que explota al máximo las posibilidades del género al narrar una historia paralela. Acabada la Primera Guerra del Golfo, unos soldados tratan de buscar un tesoro en un bunker de Saddam Hussein. Tomando como base el denostado cine de aventuras, O. Rusell realiza una lúcida reflexión sobre la guerra combinando, de este modo, entretenimiento y mensaje. Los cuatro protagonistas (muy bien interpretados) representan al hombre, ser contradictorio, capaz de ser avaricioso y solidario al mismo tiempo.
Técnicamente la factura es notable, con algunas escenas sencillamente magistrales -destaco la del camión-, una narración original y creíble, donde la banda sonora juega un papel dinamizador.
En definitiva, Tres Reyes es una obra recomendable, tanto por el ameno espectáculo cinematográfico que nos ofrece, como por su capacidad para conmovernos.






























Una biografía novelada de un personaje fundamental en la historia española. El libro nos muestra al protagonista encerrado en un hotel de la Vichy pro-nazi. Azaña recuerda los días de la guerra, los sucesos de Casa Viejas o su exilio a través de los Pirineos, pero lo más interesante es el análisis de las relaciones con los grandes nombres de la República y, especialmente, su difícil trato con Negrín. Azaña critica al presidente del gobierno, el doctor Negrín, su obstinación en prolongar la contienda a la espera del estallido de la guerra mundial. El presidente del la República, más inteligente, ya es consciente de que Europa ha dejado abandonada a su causa; sin embargo Negrín, iluso, aun piensa en esos términos.
Carlos Rojas alterna, como el propio Azaña, la política, la literatura y el ensayo. Introduce, por ejemplo, pasajes de la España Invertebrada de Ortega en un libro con una excepcional prosa -como la del propio Azaña.
Sin embargo la novela, a medida que pasan las hojas, se hace excesivamente extensa, lo que nos remite a los Diarios de Azaña. Es entonces cuando surge la pregunta, ¿por qué leer la novela si tenemos los Diarios?

Carlos II es la evidente imagen de la penosa decadencia a la que llegó España a finales de siglo XVII. Resultado de la herencia de décadas de enrevesados enlaces familiares (sin ir más lejos, su madre, Mariana de Austria, era sobrina de su padre, Felipe IV), el último Austria fue un enfermo desde el mismo momento de su nacimiento.
Respecto a su físico, el embajador de Francia no pudo ser más explícito al comunicar a Luis XIV que "asusta de feo". Hasta los seis años parece que fue incapaz de andar. Padeció de bronquios, sarampión, varicela, rubeola, viruela o ataques epilépticos.
El Príncipe, al parecer,
por endeble y patiblando,
es hijo de contrabando,
pues no se puede tener
Respecto al ejercicio de su capacidad -o incapacidad- intelectual, parece que solamente pudo comenzar a leer a los diez años -jamás pudo hacerlo correctamente- y que mostró un absoluto desinterés por el estudio.
El rey era un obseso de los dulces y, sobre todo, del chocolate. Prefería acudir a las cocinas para preparar postres que a los Consejos.
Al contrario que con el embajador francés, no conocemos exactamente la expresión de su futura mujer, María Luisa de Orleans, al ver el retrato real de Coello pero tampoco parece descabellado afirmar una mueca de rechazo -ni siquiera causó efecto positivo el marco de brillantes del cuadro- . Sin embargo, el rey estaba muy ilusionado con el enlace.
A pesar de la buena disposición de la nueva reina -nobleza obliga...-, su virginidad continuó intacta.
Parid bella flor de lis,
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España
si no parís, a París
Carlos tampoco era un prodigio en la actividad carnal: genitales pequeños, impotencia, eyaculación precoz. Su matrimonio le hizo pasar casi hacia un estado de vejez en tan sólo diez años.
La reina murió -fue obligada a tomar brebajes para favorecer la fertilidad, cuando todos sabían que el problema estaba en su cónyuge- y pronto se trató de buscar una sustituta para dar al soberano la tan deseada descendencia. Se encontró una ideal candidata en la persona de Mariana de Neoburgo. Parecía que una mujer cuyos padres habían tenido veintitrés hijos podría ser la esperanza para una dinastía sin herederos. Desgraciadamente, tampoco hubo fortuna.
Entonces se produjo uno de los acontecimientos más vergonzosos de la Historia hispana: el hechizo.
Hemos señalado que Carlos II es la personificación de la decadencia de un país en quiebra total. Un reino dominado por la corrupción, por la intriga palaciega, por la envidia o por la superstición. Nada de esto tenía que ver con la ciencia alquímica que floreció en Europa. (En España la alquimia estaba prohibida, a pesar de los intereses del propio Felipe II y del arquitecto Herrera.)
Fue el propio monarca el que propuso su sometimiento a un triste proceso por el que, supuestamente, el mismo diablo desvelaría las causas del encantamiento del monarca. El Convento de las Caldas de Tineo fue el lugar elegido en el que Satanás reveló la curiosa causa del hechizo del monarca: había sido envenenado al tomar una taza de chocolate que contenía entrañas, sesos y riñón de un ajusticiado para privarle de facultades mentales y procreadoras.
Evidentemente, la consecuencia -ilógica- de este indefinible escarnio llevó a los doctores, consejeros, inquisidores y demás inquina de la corte (reina incluida), a recetar al rey una pócima que nuevamente empeoró su lamentable salud: no podía pasar más de una hora fuera de cama, se le hinchaban los pies, las piernas, el vientre, la cara y, hasta la lengua, lo que le impedía comer. Tras un largo período de penurias durante dos años el rey falleció -le fueron contabilizadas en muy pocos días más de doscientas deposiciones.
Concluía así un largo período decadente, que no podía acabar de otra manera que con un rey decadente, un rey de "tragedia de Shakespeare", como señaló Pere Gimferrerer en su prólogo al libro del Duque de Maura.



























Los últimos días del franquismo sirven de telón de fondo para esta historia que acontece en un pequeño pueblo cercano a Toledo. Alberto, el joven sacerdote progre, descubre el cadáver de la más libertina del pueblo. Desde ese momento la inquietud y la sospecha sobre su asesino será el tema fundamental de la vida social del pueblo.
Vallvey reconstruye con credibilidad el universo rural de San Esteban. Es un homenaje a una parte de nuestra historia, cuando Franco agoniza y se produce la Marcha Verde. En este contexto surge una interesante reflexión sobre la condición humana en una España que seguía (y sigue) bajo las terribles consecuencias de 1936.
En definitiva, se trata de un libro honesto, sencillo -aunque documentado- y nada presuntuoso, algo muy de agradecer cuando se aborda un tema político.






























Un clásico de la literatura que sólo tiene cincuenta años. Con una prosa exquisita y una fiel reconstrucción histórica de la unificación italiana -Garibaldi, Victor Manuel II de Saboya-, Lampedusa muestra su absoluto dominio de lo que escribe. Tal vez porque está describiéndose.
Sicilia como paradigma de una sociedad cambiante: del Antiguo Régimen al liberalismo; desde la aristocracia, en este caso del Príncipe de la Salina y de su familia, a la burguesía, los Sedara. Como mal menor, un enlace entre los dos poderes.
Por otro lado, en la obra se da otra contraposición: la decadencia vital de don Fabrizio, el Príncipe, protagonista absoluto de la novela, con la imparable ascensión de su sobrino Tancredi, enérgico y atractivo.
Una historia total, deudora de Sthendal, con descripciones realistas de la mediterránea isla -que irremediablemente nos obliga a visitar-, y personajes que se mueven entre la ambición y el deseo, en un universo de palacios, montes y pueblos prácticamente aislados por su condición insular y por su propia personalidad de la civilización. Sicilia como metáfora de un mundo dentro del mundo.
Lampedusa escribió el libro en el ocaso de su vida -como le ocurre a don Fabrizio- y no pudo verlo publicado. Otra ironía más del destino de los Sedara.



Jamás había leído a Roncagliolo. Una estación de autobuses, tres horas de viaje por delante, una novela de asesinatos.
El fiscal distrital adjunto Chacaltana nos conduce por la realidad más compleja del Perú. Una serie de asesinatos que evidencian la existencia de una tierra marcada por la corrupción de todos los estamentos de la nación: políticos, policías, jueces. Por otro lado, la novela muestra al pueblo indígena, analfabeto e idólatra. La compleja América, esa realidad tan lejana y tan cercana, al tiempo, para los españoles.
Pero quien realmente es el protagonista en la sombra del relato es Sendero Luminoso, la auténtica amenaza para la sociedad peruana que perturba, como hacen todos los grupos terroristas, el comportamiento normal de los habitantes.
Santiago Roncagliolo no tiene complejo en definir a su novela como thriller, a pesar de las supuestas connotaciones peyorativas que, en nuestros días, tiene la intencionalidad de la creación hacia la mayoría. Sus personajes, aunque estereotipados -¿acaso no lo son Quijote y Sancho?- son creíbles, así como la trama, bien resuelta y atractiva al lector.

























La tríada cumbre de la pintura española -Velázquez, Goya, Picasso- se caracteriza por la originalidad y el personalismo de la obra. Los tres genios hispanos son sinónimos de curiosidad, avance e investigación pictórica.
El ejercicio de biografiar cinematográficamente a cada uno de esos hitos universales tiene que ser tremendamente complejo por múltiples razones: la difícil personalidad de cada creador, la amplia bibliografía existente o lo confuso de trasladar lo pictórico a lo fílmico.
Concretamente, en el caso de Goya, la tarea se presume como imposible: Goya es el pintor de la corte, de la nobleza, del pueblo, de lo costumbrista, de la tauromaquia, de la Ilustración española, de la amargura, de la crítica despiadada, de la alegría, de la tristeza, de los monstruos, de la guerra, de la crueldad; Goya es, en definitiva, un pintor de todo y de todos. ¿Y cómo plasmar El Todo en una película? ¿Cómo abordar tamaña empresa? La respuesta es esta película, caracterizada por una deslumbrante fotografía y por una sublime interpretación de Francisco Rabal, el vivo rostro del pintor aragonés.
Saura consigue un personalísimo filme, una conjugación de los mundos goyescos: la realidad, la memoria, los sueños.

Dedicado a mi abuelo
y a todos los mineros fallecidos
en las montañas de León
(donde seguramente escucharon algún filandón
y participaron en muchos concejos)

Titular a una página cultural con el nombre de Filandón y Concejo puede parecer un ejercicio de osadía. En el estúpido esnobismo reinante en este siglo XXI, donde se ponen nombres como Acciona, Universia o Blogalia, Filandón y concejo parece un intento de transgresión de los cánones linguísticos imperantes. Si uno decidiera montar una cafetería, da la sensación de que llamarla Cafetería Paco sonaría a rancio. Lo cool es que su nombre sea Cafetalia (a lo sumo El paraíso del café, o si queremos ser algo cursis pero modernos, El cafetín de Paco). Respecto a una página con una supuesta finalidad cultural, lo normal sería Culturalia o alguna cosa por el estilo. Cuando decidí ponerle título, no lo dudé. Quería algo tradicional, que tuviera sentido y valor, y que me recordara, cada vez que lo leyera, quién soy y de dónde vengo.

Iván G. Sánchez