Magistral síntesis del siglo XX español y prólogo de la nueva centuria en la que el autor reflexiona sobre la descarnada realidad del país a través de dos personajes -ya inolvidables en nuestra literatura contemporánea.
Apoyándose en modelos quijotescos, Don Piru representa (como Sancho) la experiencia y la cultura popular. Es un tipo que observa la inexorable decadencia del mundo rural, un individuo que debe sobrevivir en un entorno cada día más extraño para él. Don Pablo, sin embargo, es el arquetipo de la ignorancia juvenil, en la que destaca la falta de valores.
España es la enfermedad del joven, lastrada por un incapaz viejo. Incapacidad de la que Don Piru no es tan culpable como el entorno del que no ha sido capaz de escapar.
A mitad de la obra Don Piru realiza un brillante excursus sobre las relaciones de pareja, concluyendo en la negación de toda posibilidad de amistad con el sexo opuesto. Piru advierte que únicamente existe deseo y procreación. Él ha padecido en sus carnes la amargura de la derrota en todas sus vertientes (académica, laboral, familiar) pero nada le ha producido mayor desazón que el fracaso sentimental. Acaba por reconocer que llora en soledad, siendo este su único lamento, pues en el resto de la obra habla del mundo pero no se queja porque el victimismo no va con él. Los supervivientes no lo son. Don Pablo acaba muriendo víctima de esa vida al límite que ha llevado y Don Piru acaba narrando desde la barra de uno de sus bares preferidos cómo encontró al joven y se lo tuvo que decir a su madre. Luego se va a este bar desde el que habla y se toma una copa a su salud. Otra más.




















si todo ese tiempo que me has robado, tarde o temprano lo iba a perder