Los últimos días del franquismo sirven de telón de fondo para esta historia que acontece en un pequeño pueblo cercano a Toledo. Alberto, el joven sacerdote progre, descubre el cadáver de la más libertina del pueblo. Desde ese momento la inquietud y la sospecha sobre su asesino será el tema fundamental de la vida social del pueblo.
Vallvey reconstruye con credibilidad el universo rural de San Esteban. Es un homenaje a una parte de nuestra historia, cuando Franco agoniza y se produce la Marcha Verde. En este contexto surge una interesante reflexión sobre la condición humana en una España que seguía (y sigue) bajo las terribles consecuencias de 1936.
En definitiva, se trata de un libro honesto, sencillo -aunque documentado- y nada presuntuoso, algo muy de agradecer cuando se aborda un tema político.






























Un clásico de la literatura que sólo tiene cincuenta años. Con una prosa exquisita y una fiel reconstrucción histórica de la unificación italiana -Garibaldi, Victor Manuel II de Saboya-, Lampedusa muestra su absoluto dominio de lo que escribe. Tal vez porque está describiéndose.
Sicilia como paradigma de una sociedad cambiante: del Antiguo Régimen al liberalismo; desde la aristocracia, en este caso del Príncipe de la Salina y de su familia, a la burguesía, los Sedara. Como mal menor, un enlace entre los dos poderes.
Por otro lado, en la obra se da otra contraposición: la decadencia vital de don Fabrizio, el Príncipe, protagonista absoluto de la novela, con la imparable ascensión de su sobrino Tancredi, enérgico y atractivo.
Una historia total, deudora de Sthendal, con descripciones realistas de la mediterránea isla -que irremediablemente nos obliga a visitar-, y personajes que se mueven entre la ambición y el deseo, en un universo de palacios, montes y pueblos prácticamente aislados por su condición insular y por su propia personalidad de la civilización. Sicilia como metáfora de un mundo dentro del mundo.
Lampedusa escribió el libro en el ocaso de su vida -como le ocurre a don Fabrizio- y no pudo verlo publicado. Otra ironía más del destino de los Sedara.



Jamás había leído a Roncagliolo. Una estación de autobuses, tres horas de viaje por delante, una novela de asesinatos.
El fiscal distrital adjunto Chacaltana nos conduce por la realidad más compleja del Perú. Una serie de asesinatos que evidencian la existencia de una tierra marcada por la corrupción de todos los estamentos de la nación: políticos, policías, jueces. Por otro lado, la novela muestra al pueblo indígena, analfabeto e idólatra. La compleja América, esa realidad tan lejana y tan cercana, al tiempo, para los españoles.
Pero quien realmente es el protagonista en la sombra del relato es Sendero Luminoso, la auténtica amenaza para la sociedad peruana que perturba, como hacen todos los grupos terroristas, el comportamiento normal de los habitantes.
Santiago Roncagliolo no tiene complejo en definir a su novela como thriller, a pesar de las supuestas connotaciones peyorativas que, en nuestros días, tiene la intencionalidad de la creación hacia la mayoría. Sus personajes, aunque estereotipados -¿acaso no lo son Quijote y Sancho?- son creíbles, así como la trama, bien resuelta y atractiva al lector.

























La tríada cumbre de la pintura española -Velázquez, Goya, Picasso- se caracteriza por la originalidad y el personalismo de la obra. Los tres genios hispanos son sinónimos de curiosidad, avance e investigación pictórica.
El ejercicio de biografiar cinematográficamente a cada uno de esos hitos universales tiene que ser tremendamente complejo por múltiples razones: la difícil personalidad de cada creador, la amplia bibliografía existente o lo confuso de trasladar lo pictórico a lo fílmico.
Concretamente, en el caso de Goya, la tarea se presume como imposible: Goya es el pintor de la corte, de la nobleza, del pueblo, de lo costumbrista, de la tauromaquia, de la Ilustración española, de la amargura, de la crítica despiadada, de la alegría, de la tristeza, de los monstruos, de la guerra, de la crueldad; Goya es, en definitiva, un pintor de todo y de todos. ¿Y cómo plasmar El Todo en una película? ¿Cómo abordar tamaña empresa? La respuesta es esta película, caracterizada por una deslumbrante fotografía y por una sublime interpretación de Francisco Rabal, el vivo rostro del pintor aragonés.
Saura consigue un personalísimo filme, una conjugación de los mundos goyescos: la realidad, la memoria, los sueños.