Foto extraída de mi Flickr


 Hace poco escribía de lo complejo que resulta enfrentarse a la segunda novela tras una ópera prima de éxito, pero ahora comprendo que debe ser mucho más duro afrontar el repentino éxito tras una discreta carrera literaria. Que de repente todo el mundo se fije en ti, que habías perdido la esperanza de que lo hicieran, tiene que resultar abrumador.
Todo eso está en esta obra, en esta reflexión sobre el éxito y la culpabilidad; sobre el éxito y la culpabilidad de Cercas o de otro parecido a Cercas. Porque nadie como Cercas (al menos, nadie que yo conozca) es capaz de caminar en elegante equilibro por ese finísimo alambre que separa la realidad de la ficción.
Efectivamente, La velocidad de la luz consigue que pensemos que el propio Cercas es quien está en Urbana, quien conoce a Rodney, quien escribe un libro exitoso sobre la Guerra Civil y que, llegado el momento -unos antes; otros después-, pensemos que es quien está escribiendo el libro que estamos leyendo.
Me fascina la capacidad envolvente de esa característica prosa de constantes repeticiones, que muchos aborrecen pero que a mí me da la sensación de ser una prosa necesaria para los libros de Cercas. Un estilo, el de Cercas, que consigue una enorme facilidad de lectura.
Para acabar, me refiero al final del libro: es el mejor final que recuerdo en mucho tiempo (en muchos libros). Un final que cierra y completa el círculo de la novela, un final que acaba así.