western
cabalgaba hacia el horizonte
sueños y olvido
el tren fue asaltado
irlandeses que bailaban un género nuevo
escoceses que se apellidaban mac
y las pepitas de oro















Concluir sin discusión
Que las margaritas no florecen
Que ya no estamos
Y que no seremos

Exilio y verdad
Disciplina y vanidad
Para contemplar lo que me queda
Ojalá



















El otro día fueron los idus de marzo. Vi a Julio César caer por aquella conspiración en el Senado de Roma, y a Bruto asestándole la puñalada final. Como si de un viaje en el tiempo se tratara, Roma, la serie, ha revivido en mí nuevos deseos de profundizar en el pasado clásico. Apenas recordaba ya (debería avergonzarme, supongo) las figuras de Marco Antonio o de Pompeyo. Apenas recordaba cómo se cruzaba el Rubicón o la batalla de Mutina. Por supuesto, nos encontramos ante una serie y esto lleva implícito determinadas concesiones al género, pero HBO demuestra, una vez más, que sus productos son de una calidad excepcional. Una de esas concesiones es la presencia de los dos protagonistas, Tito Pulo, y Lucio Voreno (atención, inspirados en personajes reales, como bien señalan en historiaclasica.com pero que aquí son ficcionados), que llevan el peso de la serie y sirven de nexo entre las clases bajas y altas. Voreno y Pulo representan dos personalidades El guión es vibrante, lleno de conspiraciones, verdades y mentiras, y se complementa con una excepcional puesta en escena (por lo visto carísima, lo que condujo a la cancelación de la serie, a pesar de sus buenas audiencias). Roma, la serie, es en definitiva un documento imprescindible para disfrutar de la realidad ficcionada de ese colosal pasado que fue Roma, la historia.