Gracias al Kindle (y a una carpeta que he creado denominada "acabados") he podido llevar a cabo una vieja aspiración: recordar los libros que leo durante un año -al menos en formato digital-. La lista de los leídos o releídos en formato digital -temas académicos aparte- es la siguiente: 


  1. Ajram, Josef: ¿Dónde está el límite?
  2. Barreau, Jean-Claude y Bigot, Guillaume: Toda la historia del mundo
  3. Baudrillard, Jean: La sociedad de consumo
  4. Beevor, Antony: El Día D
  5. Binet, Laurent: HHhH
  6. Bloom, Harold: Cómo leer y por qué
  7. Camacho, Santiago: Biografía no autorizada del Vaticano
  8. Camba, Julio: La rana viajera
  9. Cercas, Javier: Anatomía de un instante
  10. Chaves-Nogales, Manuel: A Sangre y fuego
  11. Dueñas, María: El tiempo entre costuras
  12. Dueñas, María: Misión Olvido
  13. Espinosa, Albert: El mundo amarillo
  14. Fukuyama, Francis: El fin de la Historia
  15. Gaarder, Jostein: El mundo de Sofía
  16. Gómez-Jurado, Juan: Espía de Dios
  17. Houellebecq, Michel: Las partículas elementales
  18. Isaacson, Walter: Steve Jobs
  19. Kepler, Lars: El hipnotista
  20. Krakauer, Jon: Mal de altura
  21. Luca de Tena, Torcuato: Los renglones torcidos de Dios
  22. Muñoz Molina, Antonio: En ausencia de Blanca
  23. Murakami, Haruki: 1Q84 (Libro 3)
  24. Niño Becerra, Santiago: El crash de 2010
  25. Nesbo, Jo: El redentor
  26. Nesbo, Jo: La estrella del diablo
  27. Nesbo, Jo: Nemesis
  28. Nesbo, Jo: Petirrojo
  29. Ortega y Gasset, José: La rebelión de las masas
  30. Pérez-Reverte: El tango de la Guardia Vieja
  31. Pérez-Reverte, Arturo: Ojos Azules
  32. Pynchon, Thomas: La subasta del lote 49
  33. Sensato, Raúl: Héroes del Silencio, un fenómeno contado en primera persona
  34. Urbano, Pilar: El precio del trono
  35. Trapiello, Andrés: La tinta simpática
  36. Trueba, David: Saber perder
  37. Zweig, Stefan: Novela de ajedrez

Hasta he realizado una infografía -que tan de moda están- con algunos comentarios:


















(Foto: El Cultural)

De todos los cientos de relatos o novelas que se han escrito de la guerra civil acaso ninguno puede compararse a A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales. A su lado muchas de las páginas de tantos otros —Foxá, Max Aub, Neville, Baroja, Borrás, Petere, Barea— parecen oscurecerse faltas de nervio o sobradas de retórica guerrera. Ni han contado lo que él contó ni lo contaron de la misma manera. 


La memoria suele ser tan fascinante como cruel. Escuchar cierta canción tras mucho tiempo o reconocer a lo lejos, sin ser visto, a alguien que fue importante en tu vida, son complejos, crueles y fascinantes ejercicios a los que nos cuesta enfrentarnos. Sucede algo parecido, por ejemplo, al enfrentarse con un libro, ese compañero con el que pasamos muchas horas y construimos una relación de complicidad pocas veces igualada (esa mujer que vemos a lo lejos y que no nos ve, acaso lo fue). 
Tras muchos años releo a Chaves Nogales y, además de la crueldad y la fascinación provocada por la memoria, percibo que el libro ha cambiado. Sigue siendo lo mejor que yo —al igual que le sucede a Trapiello— haya leído nunca sobre la Guerra, pero entonces eran un conjunto de relatos que ahora, sin embargo, se han transformado en un ensayo. Entonces no leía ensayos; sólo novelas. Y así me iba. Porque yo creía que me iba bien, pero me equivocaba. 
Durante aquellos años uno leía porque tenía que aparentar, que es lo que principalmente se hace en la adolescencia, que cada vez acaba más tarde. En esas edades se aparenta saber más de lo que en realidad se sabe y se aparenta conocer la vida cuando se desconoce. Alguien me dijo que yo no tuve adolescencia y creo que tenía razón (siempre tenía razón, la verdad). 
Y allí estaba yo, pues, tumbado en mi cama y leyendo la mayoría de novelas españolas sobre la Guerra Civil. Mi abuelo apenas me había contado nada de la misma y me sumergí en la ficción —como tantas veces— tratando de encontrar en ella lo que no había querido buscar en la realidad. Busqué la penosa vida de los maquis en Luna de Lobos de Llamazares, encontré la extraordinaria historia de aquel soldado que bailaba Suspiros de España agarrado al fusil y que salvó a Sánchez Mazas en Soldados de Salamina de Cercas, y tropecé (que ni es búsqueda ni encuentro) con un tal Chaves Nogales, que acababa de ser reeditado. Imposible olvidarme de personajes como Bigornia o de aquel hombrín, comisionado de Patrimonio. Lo que ocurre ahora es que comprendo mejor lo que quería decir el autor.
Para mí A Sangre y Fuego son ahora nueve breves ensayos sobre la barbarie de una guerra civil que, al tratarse de una guerra civil entre españoles, es mucha más guerra civil aún. Ese odio atávico que posee el español en sus entrañas se multiplica hasta el infinito cuando se trata de matar y de morir. Fue en ese año 2001 de la reedición cuando Arcadi Espada escribió un brillante alegato en el que se lamentaba del olvido al que había sido sometido el escritor sevillano:

Chaves es hoy un olvidado porque su escritura no tiene un color propio, sino solamente el color de lo que toca, y en el canon literario español esa característica conduce directamente al limbo.

El motivo del olvido de Chaves Nogales era evidente: no tenía un bando que le reivindicara. Fue un tipo íntegro hasta para eso. Después de aquel encuentro con aquel tipo íntegro, yo continué y continúo leyendo sobre la Guerra a contemporáneos y a clásicos —y añadiendo desde hace años ensayos a la ficción—, pero con el mismo objetivo de intentar hallar respuestas; respuestas sobre la condición humana que nadie ha sabido contestar como Chaves Nogales. 














Me gritabas: todo pronto irá mejor, pero escribe otra canción que tal vez nos describa mejor
Manejaba mi mundo del revés; nunca me vestía por los pies y pensaba en cambiarme de planeta un día de estos
Tú ya no pasas por allí, ya no lloras al decir que esto no funciona por mi culpa

Ya no soy quien querías tú que fuera
Ya no soy el que espera y desespera

Tengo un arco iris sin color y tu carta en el cajón que algún día lograré descifrar
Para qué nos sirve fracasar si los días son tan largos que las noches no merecen ya la pena
Por favor, salid antes de entrar, que mi cuerpo no soporta ni un minuto la condena

Ya no soy quien querías tú que fuera
Ya no soy el que espera y desespera























De mi abuelo recuerdo especialmente tres imágenes, como si fueran las fotografías de un álbum. En la primera, él se encuentra sobre cama fumando un Ducados (era lo primero que hacía cada día). En otra, le veo durante una comida familiar, cortando queso, muy despacio, casi milimétricamente. También viene a mi memoria, por último, su figura en un sillón del salón -su sillón- fumando mientras escuchaba en un viejo transistor el Carrusel Deportivo.
A mi abuelo le apasionaba el fútbol. Quizá hubiera sido un gran entrenador. Cuando yo era niño los domingos me llevaba al Antonio Amilivia -ya desaparecido- para ver a la Cultural. Me decía, con el puro en la boca, que no me fijara en quién llevaba la pelota sino en cómo se movían los que tenía cerca. De la Guerra Civil solamente me contó dos cosas: que había sido chófer en la Batalla del Ebro y que una vez jugaron un partido de fútbol contra los oficiales y le paró un penalti al Capitán.
Cuando había un partido importante siempre iba a su casa a verlo. Se tenía que situar a poco más de un metro de la pantalla porque casi no podía ver. (Le habían operado varias veces y nunca supe lo que era capaz de distinguir). 
La noche del 17 de noviembre de 1993 los dos estábamos frente al televisor para vibrar con un vital España-Dinamarca. Si España ganaba, jugaría el Mundial de Estados Unidos. Mi abuelo me había cantado la alineación de carrerilla nada más que me oyó entrar por la puerta: Zubi,  Ferrer, Alkorta, Nadal, Giner, Camarasa, Hierro, Bakero, Goikoetxea; Luis Enrique y Salinas. (También era capaz de citar, entre otras muchas, la alineación de la Cultural durante la única temporada que jugó en Primera). Inmediatamente añadió que el portero danés Meikel -refiriéndose a Peter Shmeichel- era muy bueno, y que el hermano de Laudrup también. Durante un rato estuvimos discutiendo sobre Javi Clemente. Para mi abuelo -que, por cierto, era hincha del Bilbao- el de Baracaldo era un mediocre entrenador. A la selección, decía, tienen que ir Fran, el del Coruña, y Míchel. Yo le respondí que España no tenía gente suficiente para jugar al toque y que creía que Clemente lo estaba haciendo bien.
El partido comenzó y pronto expulsaron a Zubizarreta. Mi abuelo me preguntó:
-¿Quién entra de portero? -supongo que apenas veía nada en la pantalla. 
-Cañizares.
Mi abuelo, que no se perdía ni los partidos del Celta -con todo el respeto para el Celta- me dijo que estuviera tranquilo, que aquel chico era el mejor portero de España (Cañizares había sido Trofeo Zamora la temporada anterior). Luego todos sabemos lo que ocurrió: Cañizares hizo una serie de paradas increíbles y Fernando Hierro anotó de cabeza el definitivo 1-0 al gran Peter Meikel.
Al terminar el partido, mi abuelo y yo nos abrazamos como hacíamos en el antiguo Amilivia cuando yo todavía era niño -y él todavía no era viejo- y marcaba la Cultural.
Pocos meses después mi abuelo falleció. Nunca me acuerdo de la fecha de su defunción, pues yo prefiero recordarle los 17 de noviembre, la fecha de aquel último abrazo que nos dimos.


*Texto ligeramente modificado de mi antiguo blog.
La foto es de El País




















Tal vez no somos más que una vida escrita con tinta simpática, entre renglones que todos pueden ver, hasta que un día la llama que creíamos extinguida va sacando datos, fechas, intenciones, afectos que nadie, ni nosotros mismos, sospechaba. Pero para entonces es siempre demasiado tarde. Porque la misma llama que saca a la luz nuestro vivir secreto, va quemando, destruyendo, lo que habíamos escrito hasta entonces a los ojos de todos.

Hace días escribía algunas líneas sobre la ansiedad que genera la segunda obra tras una opera prima exitosa. Al respecto, tenía la equivocada idea de que la primera novela de Trapiello había sido El buque fantasma y no ésta, pues El buque es una narración sobre juventud, de descubrimientos, con tintes biográficos y, sin embargo, La tinta se trata de una novela de madurez, de recuerdos. La paradoja es, efectivamente, que la novela de madurez es la primera y la de juventud fue la segunda. 
De las novelas de Trapiello también leí Los Amigos del Crimen Perfecto, Premio Nadal en 2003, pero no sé si fue antes o después de El buque. De lo que no tengo ninguna duda es que de las tres me quedo con ésta, con la que tiene por protagonista a ese viejo pintor llamado Corso. 

Es la mirada melancólica la que da coherencia a la obra (la vejez supongo que es lo que tiene). Inmediatamente me viene a la mente, por temática y localización italiana, La sonrisa etrusca de Sampedro. Sin embargo aquella era una melancolía que devenía en optimismo; pero aquí, al contrario, tenemos delante una melancolía eterna, que impregna toda la obra. Tal vez deberíamos leer estas novelas cuando somos jóvenes para aprender de la senectud y dejar las que tradicionalmente han sido consideradas para adolescentes para la vejez. Puede que no haya novela más novela que El Quijote y no haya viejo más joven que Alonso Quijano.

La excusa de la obra, lo que podríamos llamar "el caso del cuadro del jardín", nos conduce por una Roma de mujeres ambiciosas y hombres egoístas, una vieja ciudad de viejos palacios habitados por viejos nobles. Y cuando la narración parece que comienza a estancarse se produce un brillante giro en el argumento (del que, por supuesto -norma de la casa-, no hablaremos aquí). 

¿Es Trapiello uno de los mejores novelistas de España? No. ¿Es Trapiello uno de los mejores escritores de España? Sí. Su Salón de los pasos perdidos, su Las armas y las letras, son ya referentes en la literatura española contemporánea; mucho más que sus novelas que, siendo buenas, no alcanzan ese sobresaliente nivel. 
Probablemente sea Andrés Trapiello el menos leonés de los escritores leoneses, mucho menos leonés, por ejemplo, que su hermano Pedro, que es un escritor muy de cuento y de narración oral, de filandón. 
Cuando le entregaron el Premio Castilla y León de las Letras, el profesor Miñambres dijo: 

¿Por qué se le ha concedido el Premio Castilla y León de las Letras a Andrés Trapiello? Desde mi punto de vista, y entre otras cosas, porque es un hombre que ha dominado todos los géneros.

(Bueno, quizás no todos, puesto que yo no le conozco obra teatral).

Por eso, creo que leer sus novelas -y concretamente ésta- puede ser un buen punto de partida para introducirse en su obra. La obra de un hombre que domina todos los géneros (blogs incluidos)



















Para realizar un completo recorrido por la capital portuguesa distinguiría cuatro partes (que realmente son cinco) de la ciudad.

1. Centro (Baixa y Alta):
La configuración urbana de casi todas las ciudades portuguesas es la siguiente: por un lado se halla una parte baja, más comercial, y por otro, en lo más alto, se encuentra el castillo defensivo.
Debemos tener en cuenta que Lisboa fue completamente arrasada por un devastador terremoto en 1755, que mató a 100.000 personas y se llegó a notar hasta en el norte de España. Posteriormente el Marqués de Pombal reconstruyó la ciudad siguiendo los parámetros ilustrados, diseñando una nueva Baixa, con calles regulares y amplias, como la emblemática Rua Augusta. Allí está O Terreiro do Paço (Plaza del Comercio), una maravillosa plaza a la que se accede por un simbólico arco del triunfo, y un poco más allá (andando) se puede uno acercar al Cais Do Sodré, estación ferroviaria en la ribera con pequeños muelles donde nos podemos sentar en una terraza para disfrutar de las majestuosa vista del Tajo. En esa Baixa podemos visitar también la hermosa Plaza del Rossio, donde siempre hay ambiente, con el Teatro Nacional, el famoso Café Nicola y la impresionante Estación de Rossio de estilo neomanuelino.
Al lado está la Praça da Figueira, en la que se coge el mítico tranvía 28, que sube al Castillo de San Jorge. Cerca de allí está la llamativa Casa Do Alentejo, donde se come muy bien, especialmente la carne de cerdo a la alentejana.
Para pasar de la Baixa a la Alta se puede hacer caminando por el Chiado, barrio que se incendió a finales de los 80 y que fue reconstruido por el arquitecto portugués más destacado: Siza Vieira. Allí se encuentra el conocido y casi obligatorio café A Brasileira (el excelente café portugués proviene de ser la metrópoli de Brasil), donde iban los intelectuales, como Pessoa, representado en una estatua. También se deben visitar las ruinas de la Iglesia do Carmo, y al lado se puede coger el famoso elevador de Santa Justa, modernista y de hierro, un enorme avance de la escuela de Eiffel, que sirvió para comunicar la Baixa y la Alta. También está aquí la Cervejaria Trinidade, en un convento destrozado por el terremoto y repleto de bellos azulejos (probablemente la manifestación artística más original del país).
El Bairro Alto es el lugar donde hay ambiente más joven. Allí se encuentran algunas de las tiendas —lojas— más modernas de la ciudad y hay fiesta por la noche en sus bares (la otra opción son las Docas —muelles— pero es más discotequero). No nos podemos perder, por supuesto, las casas de fado y conocer un curioso pub llamado Pabellón Chinés.
Lisboa fue una plaza conquistada por los musulmanes. De ahí el nombre del Castillo de los Moros y del barrio árabe de Alfama (Aljama) con sus calles estrechas. Tal vez Alfama sea la zona que mejor exprese ese encanto decadente que define la ciudad. Allí está Chapito, uno de mis lugares preferidos, una especie de bar-academia de circo  (donde recomiendo tomar una "samosa" con una caña) y también la Catedral-Sé, que como casi todas las de Portugal tienen un aspecto de castillo con sus remates en almenas. Desde todos estos lugares se pueden contemplar excelentes vistas de la ciudad y de esa desembocadura del Tajo, cuyos reflejos confieren a Lisboa una luz particular.

2. Belem:
Patrimonio de la Humanidad. Se puede ir en metro o tren. Está a un par de kilómetros del Terreiro do Paço. Portugal fue la potencia marítima más importante hasta que España descubrió América (de hecho, Colón acudió antes a pedir apoyo a los reyes portugueses que a los Reyes Católicos, pero Portugal había conseguido doblar el Cabo de Buena Esperanza para ir a las Indias por África, así que no les interesó el proyecto). En Belem se encuentra la Torre defensiva de estilo Manuelino (estilo artístico original del país) y el también manuelino Monasterio de los Jerónimos, edificado en honor a Vasco da Gama (que se encuentra allí enterrado, junto a varios reyes). De Belem son famosos, por otro lado, los sabrosos pasteles del mismo nombre, originales de una repostería que hay allí (aunque se pueden encontrar por todos lados). Allí también está el Monumento a los Descubridores, testigo del glorioso pasado naval del país.

3. Parque de las Naciones:
Recinto de la Expo Universal del 98 junto a la ribera del Tajo y presidido por el excepcional Puente Vasco da Gama de 17 kilómetros de lonjitud. La estación de Oriente es de Calatrava (con sus aciertos y sus errores). Son enormes espacios compuestos por grandes ejemplos de arquitectura contemporánea, como el espectacular Oceanario, el Pabellón de Portugal del ya citado Siza Vieira o el Pabellón Atlántico.

4. La otra orilla del Tajo:
Preciosas vistas de la ciudad. Recomendable. Desde O Terreiro do Paço (frente al gobierno de Portugal) o desde Cais do Sodre (un poco más adelante) se pilla barco para cruzar el Tajo y muy barato.

*Publicado originalmente en otro blog hace unos años (así se comprende que esté tan mal escrito).
















Por un lado tenemos a los turistas, sujetos, cuyo paradigma hispano suele ser el jubilado, con una formación intelectual media. Por otra parte se halla el objeto, el monumento, necesitado de comprensión, de textos y de contextos, pero que se encuentra más a merced de unas explicaciones de leyendas y mitos que de su idiosincrasia.

El Dr. Senabre López, aún reconociendo lo que de provocadoras pudieran tener sus preguntas, ya puso la picota al asunto en un artículo de 2007:

¿Por qué consideramos culto el hecho, sin más, de viajar visitando series interminables de lugares y monumentos? ¿No falta en ese a priori un elemento esencial? ¿No sería mejor empezar analizando cuál es el nivel de formación educativa, de aprendizaje y reflexión, de poso de cada uno cuando  viaja?  ¿La humanidad  que  viaja  y  consume  aquello  que  se  define  como «turismo cultural» es más culta después? ¿Dónde queda relegado el significado de Cultura? ¿Con qué pretensiones?



Probablemente hoy Ortega dedicaría un capítulo al respecto de las masas en turismo (aún no habían aparecido):

El hombre masa es el señorito satisfecho, el niño mimado de la historia y como tal no la respeta. Confunde libertad con libertinaje (...)

He ahí el problema del turismo cultural, que realmente se ha convertido también, como el otro (como del que escapaba), en un turismo de masas; o mejor: en un turismo cultural de masas. Y la masa no entiende de textos ni de contextos. La masa, en cambio, se alimenta en la superficie, aunque -debemos reconocerlo también- mejor eso que morir de hambre.

Combinar turismo, cultura y masa: el gran reto; la solución: calidad.





















 Sísifo
 Autor:Tiziano 
 Fecha:1548/49 
 Museo:Museo del Prado 
 Características:237 x 216 cm. 
 Material:Oleo sobre lienzo 


Falcao, a pesar de que al parecer lloró en el Punto Pelota, tiene que jugar la próxima temporada en un Real Madrid que el pasado domingo viajó hasta Mallorca. Para los blancos, la isla tiene poco de aquella que cantaban Los Tres Sudamericanos y mucho de aquella de Lost, aunque ya no esté ese terrible humo negro que era Samuel Eto'o. Mou, por supuesto, sería Sawyer porque el papel del buenazo, heroico y melifluo Jack se lo otorgaron hace tiempo a Iker Xavillas. 

En la portada de la revista del corazón que regalan con El Diario de León los domingos ponía que Sergio Ramos ya había presentado a Pilar Rubio a sus padres. Tal notición quizás también saliera en la prensa deportiva, que ya es lo mismo que la rosa, o más rosa aún que la propia rosa. Pero todavía hubo otra presentación (más trascendente si cabe para el Madrid que aquella de Cristiano hace un par de años ante un Bernabéu enfervorizado de latinos y adolescentes, sin socios burgueses -probablemente de vacaciones en Marbella o en la propia Mallorca- o aburguesados): Los Casillas-Carbonero y Los Ramos-Rubio. PELIGRO.

Todo un Real Madrid en la Isla Mayor y el estadio, que antes se llamaba Son Moix y que ahora se llama Iberostar (y que el año pasado o hace dos se llamaba Ono), presentaba un aspecto desolador. 
Dice el Almanaque al respecto:

Como viene siendo habitual en la Liga el estadio no estaba lleno porque los precios se mantienen altos mientras diversos estratos sociales se precipitan al vacío, de tal manera que son relativamente pocos los privilegiados que pueden permitirse odiar en directo, y menos aún odiar en directo al Real Madrid de Cristiano y Mourinho, la muleta a abominar más elaborada y memorable de la sociedad del espectáculo del bipartidismo español. 

Pipita abrió pronto la caja de la ensaimada caparrosiana tras un error de la defensa. Fue entonces cuando Santiago Segurola comparó al argentino con Sísifo:

Higuaín es una especie de Sísifo del fútbol. Por muchos goles que logre, por importantes que sean, por eficaz que haya sido su producción en cada uno de sus seis años en el Real Madrid, comienza cada temporada como si fuera un novato. Bastan dos o tres partidos discretos para obligarle a demostrar lo que ya ha mostrado repetidamente.

Pero se le olvidó decir al antaño prestigioso periodista que la condena a Sísifo estaba más que justificada. El propio Segurola, utilizando la terminología de moda, diría que Sísifo no tenía señorío. Pseudosísifo, más bien. Y es que, hasta hace unos años cuando servidor escuchaba "señorío", se remitía solamente a significados historiográficos. Medievales, sobre todo; hoy, por desgracia, la primera acepción en mi diccionario me conduce al fútbol. 

El Madrid no tiene señorío, eso ya lo sabemos, pero al de Madeira le pitaron desde el primer balón que tocó. Cuenta la verdad o la leyenda que Di Stéfano le hizo a los sevillistas que le silbaban el gesto de dirigirles la orquesta. Luego una buena jugada: Ozil, Di María, Pseudosísifo y Cristiano, que la empaló hacia el fondo de la red. El angelito lleva 164 goles en 158 partidos de blanco. Más pitos, ese portugués qué hijo puta es y Cristiano maricón. Cristiano respondiendo a la grada como respondía Don Alfredo en Sevilla cuando aún no se había inventado lo del señorío. Al final 0-5 en medio de ese deporte nacional que es pitar al Real Madrid: Míchel, Guti, Cristiano, maricones todos.




La bellísima foto es de J. F. Salvadores










Ayer, el periodista leonés Fulgencio Fernández le hizo un reportaje al mítico 'Grillo' de Casetas. Luego busqué en Google "Las Casetas de Oceja", que es como realmente se llama aquel lugar.
Para mi sorpresa (quizás por eso que llaman caché), la primera entrada pertenecía a un blog que escribí durante un tiempo y que había olvidado totalmente porque corresponde a una época a la que me cuesta regresar y no quiero recordar. Una bitácora (entonces también se llamaban así) que, por esas cosas inexplicables del destino, tenía por nombre: Víspera de resplandores. Bueno, por esas cosas inexplicables del destino y porque era el título de una hermosa canción de los Héroes del Silencio.
La segunda entrada que apareció en el buscador fue la de otro buen periodista leonés, más joven, Emilio Gancedo. Muy interesante, también. Y también dedicada a 'El Grillo', como la de Fulgencio. Pero también llama Casetas a ese lugar realmente llamado Las Casetas de Oceja, un lugar terrible para mi universo porque allí se mató mi abuelo en 1954. Uno de 'Los 14'.





















Hace unos diez años cociné una tortilla de patata siguiendo los consejos de mi abuela. Para sorpresa de todos, comenzando por el que escribe, me quedó espectacular. Fue la primera pero también la última. Y es que el intento de satisfacer las enormes expectativas generadas después de una fabulosa opera prima provoca mucha ansiedad. Orson Welles jamás lo logró con Ciudadano Kane y María Dueñas tampoco lo consigue ahora (era una compleja misión...), pero sería injusto afirmar que no ha escrito una buena novela. Al menos ellos fueron capaces de superar el miedo escénico; me temo que mi segunda tortilla tardará tiempo en ser cocinada.
Pero regresemos a la Misión Olvido. El propio título de la obra la define perfectamente. Un título que aparenta superficialidad comercial pero que encierra algo más complejo e interesante. Efectivamente, al comienzo la obra da la impresión de que va a transitar por el fácil sendero del best seller (ahora están de moda los destinados a mujeres) y que va a vivir de las rentas de El tiempo entre costuras. Nada más lejos de la realidad. Ante nosotros se presenta una estructura en modo alguno simple, un relato en tres planos de los tres personajes destacados: el viejo profesor Andrés Fontana, el carismático Daniel Carter y la protagonista Blanca Perea -que tampoco llega a superar a la ya mítica Sira Quiroga- con el nexo común del estudio de la literatura española y el exilio. Siempre es grato reencontrarse con tipos como el gran Américo Castro.
Estamos ante una novela de segundas oportunidades. Algo tópico sí que es, reconozcámoslo, pero la esperanza en estos tiempos difíciles nunca está de más. Por otro lado, no deja de resultar curioso que quien esto escribe tenga en su cajón un borrador, a la espera de ser terminado, de una que se llama Todas las oportunidades son las últimas. (Ojalá que nadie me quite el título, cuya maternidad, por cierto, no es mía, aunque como aquí no entra nadie es improbable que alguien se entere). Y es que a mí me dijeron que la última oportunidad era, efectivamente, la última. María Dueñas viene a demostrar aquí lo contrario.
Pienso que la facilidad de María Dueñas para recrear el pasado es lo más destacado de su narrativa. La reconstrucción que hizo del Marruecos español fue sublime. Inevitablemente debo repetirme: ni Misión Olvido es El tiempo entre costuras, ni Blanca Perea es Sira Quiroga, ni la California Hispana es el Marruecos español. En su defensa se debe exponer que a la autora tal vez no le interese profundizar en esa reconstrucción californiana. Un gran error, pues el tema parece muy atractivo. ¿Por qué, María, por qué? Es más, en Misión Olvido ese regreso al pasado dueñiano -si se me permite tal expresión- se centra, quizás tirando demasiado del estereotipo, en aquella España y aquel Madrid de los años cincuenta que comienza a revivir tras la guerra y sobre todo en la Cartagena (ciudad donde reside la autora) de la base militar americana.
Resumiendo: ¡Más California y menos España!, rezaría la pancarta que yo mostraría como protesta a María Dueñas si su novela fuera mala, que no es el caso, porque esta novelista -definitivamente consolidada- propietaria de un particular estilo evocador y de una prosa que envuelve, ha superado con creces la prueba de fuego de todo creador: la segunda obra.
Algo que yo no he logrado con mi tortilla.



Magistral síntesis del siglo XX español y prólogo de la nueva centuria en la que el autor reflexiona sobre la descarnada realidad del país a través de dos personajes -ya inolvidables en nuestra literatura contemporánea.
Apoyándose en modelos quijotescos, Don Piru representa (como Sancho) la experiencia y la cultura popular. Es un tipo que observa la inexorable decadencia del mundo rural, un individuo que debe sobrevivir en un entorno cada día más extraño para él. Don Pablo, sin embargo, es el arquetipo de la ignorancia juvenil, en la que destaca la falta de valores.
España es la enfermedad del joven, lastrada por un incapaz viejo. Incapacidad de la que Don Piru no es tan culpable como el entorno del que no ha sido capaz de escapar.
A mitad de la obra Don Piru realiza un brillante excursus sobre las relaciones de pareja, concluyendo en la negación de toda posibilidad de amistad con el sexo opuesto. Piru advierte que únicamente existe deseo y procreación. Él ha padecido en sus carnes la amargura de la derrota en todas sus vertientes (académica, laboral, familiar) pero nada le ha producido mayor desazón que el fracaso sentimental. Acaba por reconocer que llora en soledad, siendo este su único lamento, pues en el resto de la obra habla del mundo pero no se queja porque el victimismo no va con él. Los supervivientes no lo son. Don Pablo acaba muriendo víctima de esa vida al límite que ha llevado y Don Piru acaba narrando desde la barra de uno de sus bares preferidos cómo encontró al joven y se lo tuvo que decir a su madre. Luego se va a este bar desde el que habla y se toma una copa a su salud. Otra más.




















si todo ese tiempo que me has robado, tarde o temprano lo iba a perder





















Cábala
Alquimia
Árbol de la vida






















Cadáver. Plañideras
Causa y consecuencia
Hola y adiós
Tú y yo
Embriagado, como decías, descubrí mi alma conservada en formol
Entre caníbales, como decía Cerati, te tomaste el tiempo en desmenuzarme




















Se incendia el terror
Cuando llega el dolor

Lleno de brutalidad
Se aproxima hacia el final

Y en la playa se ahoga el destino
Y en los fiordos noruegos lloras conmigo

Se viene el pavor
Cuando no somos dos

Lleno y pleno de maldad
Hasta la eternidad


























Tatcher pertenece a ese selecto grupo de políticos que supongo jamás volverán. Quizás fue la última representante de una era marcada por el personalismo y el carisma. Quizás Tatcher no era nada más (y nada menos) que la reencarnación de Churchill pero sin un cigarro entre los labios. Bebedores. Odiados y amados. Obstinados y contradictorios. Triunfadores y fracasados. Todavía no había llegado el fin de la historia, que diría Fukuyama
Sólo puedo decir que estoy bastante decepcionado porque la película deja un sabor amargo en la boca. Es un clamoroso error centrar la narración en la demencia senil de la antigua Primera Ministra. Ese continuo regresar al presente deja de lado su pasado. Hubiera sido una buena estrategia para una serie de televisión, pero no para un filme con un metraje muy limitado. 
Cuando uno tiene delante esa actriz, no puede desaprovecharla. La interpretación de Meryl Streep es intachable. Y por eso la peli desazona aún más. Por lo que pudo ser y no fue. Y peor aún cuando vemos que se retratan con cierta solvencia (pero superficialmente) los hitos de su vida política: su actitud contra sindicatos y en la guerra contra Argentina por las Malvinas/Falklands. Más desazón. El resultado parece no haber gustado ni a laboristas ni a conservadores: para unos carece de crítica; para otros centra la narración en la enfermedad. Oportunidad perdida, a fin de cuentas, por no elegir el camino del cine, como de cine fueron las vidas de Tatcher o de Churchill.























A las niñas ricas de León les hacían los vestidos las mejores modistas y a mi madre se los hacía mi abuela que, después de horas trabajando en una clínica (aún no se había inaugurado el hospital), copiaba los patrones y, restando horas al descanso, confeccionaba el mismo modelo. Cuando leí el argumento, le regalé el libro. Me ha encantado,  dijo entusiasmada al terminarlo, un par de semanas después. Supongo que no sólo fue por rememorar la confección de los vestidos o aquella España en blanco y negro o ese Marruecos que ella visitó cuando casi nadie visitaba Marruecos. El motivo de su entusiasmo por el libro se debe a que es una obra fabulosa. El tiempo entre costuras tiene el molde del best seller y no lo disimula, que es lo que se le debe pedir a un best seller. Dragó la definió muy bien: "novela como las de siempre, como las de nunca". 
Quizás esa magnífica reconstrucción del Protectorado Español en Marruecos sea lo más interesante del la obra. Aquel exótico Marruecos hispano -que apenas ha sido retratado- por el que desfilan personajes tan reales como el pintoresco Beigbeder, sirve como principal telón de fondo para que María Dueñas construya una historia redonda, donde todo acaba encajando, en la que Sira Quiroga se convierte en uno de esos personajes ya inolvidables de la ficción española contemporánea. Es una de esas mujeres admirables, con una asombrosa fuerza interior y vitalidad, que rompe los esquemas del cliché femenino de aquellos años (quizás mi abuela, a su modo, también lo rompió). Y Sira Quiroga es bella, claro. Una mujer que enamora a los hombres con la pasión con la que se enamoraba antes. Son romances como de Hollywood que inevitablemente, nos llevan a recuerdos del Casablanca de Bogart, de Blaine. Son escenas, también como en esa película, que acontecen en un mundo cambiante, de supervivientes y de mentiras, de ambiciones y de fracasos. 
Ya no queda nada de aquel mundo, ya no quedan niñas ricas en León, ya no queda nada del Protectorado, ya no existen esos amores. Sólo nos quedan los libros. Libros como éste. 


















La misma actuación de Ryan Goslin me parece pura superficialidad efectista en Drive e inteligencia en The ides of march. Y esa interpretación creo que sirve para resumir mi impresión sobre ambas películas. Para mí Drive es un supuesto cine negro artificioso, vacío, mientras que The ides es cine político sin pretenciosidad. Quizás la cinta dirigida por Clooney parezca más de lo que realmente es. Pero es una estrategia inteligente. Pienso que Drive, sin embargo, es mucho menos de lo que parece. Y la apariencia engaña, no como ese algodón que empuñaba aquel filósofo calvo vestido de mayordomo en los anuncios de los ochenta. 
Lo que me gustó de The ides, además de su fidelidad al género -campaña, traiciones, intereses, poder- y de la citada interpretación del gran Goslin, fueron las otras: George Clooney como el candidato demócrata ideal, atractivo e inteligente; Philip Seymour Hoffman es el veterano que lleva toda su vida en el negocio y conoce muy bien las reglas del juego; Paul Giamatti hace de zorro rival que trata de desestabilizar la campaña. Fabulosos y creíbles, como la película. 



TWD es una pizza del Mercadona. Cumple su objetivo. No nos puede defraudar porque no tenemos grandes expectativas del producto. Zombis. Y unos tipos que tratan de sobrevivir. Una primera temporada buena, un inicio de la segunda prometedor, una laguna enfangada a la mitad pero una aceptable resolución que nos deja con la tensión suficiente para esperar la tercera.






























Lo escribí el día del Osasuna - Madrid y no lo subí. Nunca es tarde:


El temor a la batalla. El soldado ante el objetivo. Que todo comience ya, que sea lo que Dios quiera, piensa. Durante las horas previas al partido en El Sadar se percibía mucho miedo en la afición madridista 2.0. Pamplona no se da bien a los merengues. Es un lugar hostil, una plaza fuerte. Buyo ejecución, se escribía no hace tanto en algunas pancartas. Pero esta enemistad no viene de fines de los ochenta. Nos debemos remontar a la Transición. Algunos ejemplos ilustrativos: se tiró una camiseta con el siete de Juanito envolviendo un cochinillo -alguno de otro campo supongo que se inspiró...-, Valdano recibió un tornillazo, a Gallego le dieron con una castaña en el ojo, etc. Suponemos que fue culpa de Mourinho, también.
El Sadar es para el madridismo la metáfora de la ciudadela. Pamplona fue uno de los lugares donde se llevó al cotas más altas la Poliorcética. Leemos en la Wikipedia que, según Alicia Cámara en la obra Muraria, la "Ciudadela debe ser entendida como una forma de dominar una ciudad de la que era posible esperar una rebelión" y como el embajador Contarini advirtió que "todos los de este reino tienen odio a los españoles y desean que vuelva su rey natural Juan de Albret".
La tensión de la batalla pronto desapareció. Una victoria más sencilla de lo esperado. Cristiano centró desde la izquierda y Benzemá hizo uno de los goles del año. La fortaleza empezaba a ser asaltada. El juego entró en un dubitativo paréntesis, a la espera de que alguien ofreciera algo de valentía. Y fue Cristiano. El mejor atleta del planeta juega al fútbol. Cuando lo celebran con bailes es ridículo, pero aquí mostró hombría señalándose el muslo. El más caro del planeta. El baluarte, salvo milagro, había caído. Y no hubo tal porque Higuaín obligó a los navarros a firmar la rendición. Los términos: 1 a 5. 

















y cuando entre mis brazos resuenen cañonazos yo iré perdido entre tus dunas dejándolo todo, quemando los tronos donde reinen dudas, y báñate en mis ojos, que se joda el mar que quiera mecerte a su antojo, si no somos nadie a nadie va a encontrar, y si a las heridas quiere echarles sal solo va a encontrarse cerrojos y las cicatrices de la soledad

Que se joda el viento 

















A priori la idea de rodar un western español en Bolivia sobre el mítico forajido Butch Cassidy parece totalmente descabellada. Por desgracia, vivimos rodeados de clichés y de ideas apriorísticas que no hacen otra cosa que limitarnos. La sola mención de western y España en la misma frase nos remonta a los escalofriantes tiempos de spaghettis almerienses.
Mateo Gil tiene un sólido bagaje a sus espaldas. Le conocimos como guionista de Tesis y de Abre los ojos, que supusieron un soplo de aire fresco en el cine nacional y desde entonces ha sido un habitual de la filmografía española. Aquí respeta los cánones del género -tipos duros, caballos o trenes- pero le da un brillante toque personal. 
Es un filme por el que los responsables de turismo de Bolivia deberían de estar eternamente agradecidos. Tras ver Blackthorn, uno no no puede sino enamorarse de ese país y de sus contrastes, que rompen con el tópico boliviano. Uno se imagina el típico altiplano como escenario, pero al descubrir, por ejemplo, ese bestial desierto blanco queda totalmente sobrecogido. El Salar de Uyuni pasa, desde el momento en que entra en escena (como si fuera un personaje más), a formar parte del catálogo de lugares que uno desea -o debe- visitar. A pesar de un guión aceptable, efectivo, con un brillante giro narrativo al final, en Blackthorn es protagonista el paisaje: sobre todo la naturaleza de Bolivia pero también la naturaleza humana, que se refleja con inusitado realismo en las arrugas y en las canas de Sam Shepard
En definitiva, Blackthorn es un western español rodado en Bolivia cuyo personaje principal es Buth Cassidy. Y lo que pudo tener de idea descabellada resultó una buena película. 















Reynard Heydrich era un tipo feroz, el auténtico nazi. Ni Hitler ni Himmler representaban con tanta perfección el modelo ario como él. Era lógico que entre las SS se comentara lo siguiente: Himmlers Hirn heisst Heydrich. El cerebro de Himmler se llama Heydrich. A pesar de su expulsión de la marina, su carrera fue vertiginosa y su última tarea consistió en gobernar con mano de hierro Chequia bajo el eufemístico título de Protector de Bohemia y Moravia. Esa Praga ocupada es el marco donde se desarrolla la Operación Antropoide, que analiza Laurent Binet con una maestría narrativa abrumadora.
En esta página no recojo todo lo que leo pero sirve como recordatorio. Por eso al recontar los últimos libros que aparecen reseñados (basta con pinchar en la pestaña novela) y no encontrar una que me haya gustado más, me planteo seriamente si HHhH es la mejor novela que he leído en los últimos tiempos. Quizás desde Los enamoramientos de Marías (que aquí no aparece reseñada).
HHhH es otro ejemplo de este género que cada vez me gusta más y que me hace cuestionarme la cercanía del fin de la novela. Sigue el mismo camino de novelar la historia que ya comenté tras leer Anatomía. Pero Binet va un paso más allá que Cercas en Soldados de Salamina o Capote en A sangre fría. Aquí importan todos los detalles. Todos. No solamente se recoge la Operación Antropoide o el propio proceso de documentación, aquí se muestran hasta las obsesiones del escritor. Todos los planos merecen la misma consideración. Resulta muy valiente e interesante ese honesto desnudo del acto creativo. El detallismo en la investigación es obsesivo y brillante, enseñándonos hasta sus arrepentimientos, como si fuera un pintor.
Yo de lo que me arrepiento profundamente es de haber estado en Praga y desconocer esta tremenda historia. Ahora me duele no haber buscado la curva del atentado o las huellas de los paracaidistas en la iglesia de San Carlos Borromeo. Siempre nos damos cuenta de las carencias y de los errores a posteriori.
HHhH es un prodigio en estructura. En una obra tan heterodoxa el autor sabe crear la atmósfera perfecta para que nos interese todo lo que nos dice. Desde sus paranoias con la Segunda Guerra Mundial hasta su modo de desechar unos acontecimientos y decantarse por otros. ¿Cómo lo logra? Creo que la clave se encuentra en el ritmo de la aparición de esos excursus. Al principio abundan, pues lo importante para Binet es aclararnos lo que va a hacer con este libro. Nos advierte que esto no es una novela al uso y parece que lo minoritario es el atentado y lo dominante son esas disgresiones (algunas hasta aparentemente absurdas). Pero poco a poco la balanza cambia de lado y es la historia de los paracaidistas la que cobra protagonismo por encima del proceso de creación, completando este perfecto puzzle sobre la Operación Antropoide llamado HHhH.






















Acostumbrado al cuadro neoclásico, de sofá y pijama y de caballete en estudio, contemplar el Bernabéu desde dentro, desde el plenairismo, produce una sensación como de Monet. Impresión, sol naciente. Impresión, Bernabéu, lo denomino.
Si uno ha conocido los monumentos y espacios más representativos de la capital de España, ¿por qué no ha pisado jamás ese estadio, que además conlleva una fuerte carga emocional? Hay dos explicaciones. Una, muy de justificación, puede ser el destino. La otra, me la guardo.
Comenzó golpeando el Levante en la ya clásica falta de concentración inicial blanca que el Real Madrid no logró devolver hasta el final de la primera parte. CR7, CR7 y CR7.
Quizás no fue una simple casualidad que el ya mito Roberto Carlos hiciera el saque de honor en el mismo día que Cristiano realizaba ese golpeo descomunal. Quizás tampoco fue una simple casualidad que ese golazo significara el 4000 de la historia del Bernabéu. Quizás Ronaldo había esperado a la conjunción de tan memorables acontecimientos. 
Cristiano lo celebró con un ridículo saltito al alimón con Mou, luego diluido en una emotiva comunión grupal madridista. Porque el madridismo lo representan mejor los que están en el césped que los que están en la grada. Cerca de mí unos tipos comían pipas junto a una pancarta para que Los Manolos les sacaran en la Cuatro.
A Cristiano le cantó todo el estadio. A Mou no. El otro cántico común fue la negativa a que allí se jugara la final de Copa del Rey. Sólo eso: oda a Cristiano y un no a la Copa. El Santiago Bernabéu es un ente silente, desconcertante para el novato. Es un espacio sobrecogedor que sobrecoge aún más por la carencia de sonidos -sobrecogedor, Bernabéu. Impresión, Bernabéu-. Ese lugar es contradictorio, es una anomalía generadora de intrigas, es un teatro griego.
El Levante de JIM demostró su posición en la clasificación evitando la goleada humillante y marcando el tres a dos, dejando nuevamente al aire las vergüenzas de la defensa. El cuarto del Madrid lo hizo Benzemá, con mucha calidad. Poco a poco los aficionados comenzaron a marcharse hasta dejar casi el estadio vacío sin haber terminado el encuentro. Un encuentro que, más que con un resultado de cuatro a dos, finalizó con diez puntos de distancia sobre el segundo para, salvo catástrofe, conquistar el título. Un título tan impresionante como el Bernabéu.



























Amenazaba glaciación en Getafe. Tal vez la explicación se encuentre en esa propensión madrileña a exagerar con el tiempo -y el espacio-. Amenazaba con un traspiés que se traduciría en tormenta dominical antimourinhista en la prensa. Javier Marías ya tenía escrito lo suyo y no era cuestión de dejarlo sin publicar, pasara lo que pasara (pero quizás Diego lo guardó en un pendraiv o en el dropbox a la espera de ocasiones mejores). La calidad de imagen del estrimin era aceptable, mucho más que los comentarios de la ESPN que hablaban de una cosa llamada tiquitaca intelectual que no llegué a comprender.
La primera del Getafe casi entra, otra de esas acciones extrañas que tanto se dan en nuestros partidos y que nos remontan a tiempos más oscuros de los que casi nadie ya se acuerda. Desde entonces la amenaza se congeló. Un Xabi Alonso en manga corta hizo su mejor partido del año, lo que no es mucho pero al menos ya es algo. El tolosarra realizó la jugada del siglo, inventando una nueva suerte: logró desplazar el balón sin tocarlo. Özil sigue en el camino de convertirse en el mejor jugador de Europa. Y Ramos marcó.
Lo bueno del mourinhismo es que amenaza hasta a las amenazas. Estoy convencido de que este buen Getafe de Luis García nos hubiera ganado años atrás. El look del portugués cada día es menos british, menos del Armani o del Versace milanés y cada vez más portugués, como si fuera una premeditada metáfora del antiseñorío. Aparecía Mou en el Coliseo despeinado por el viento de Getafe, ataviado con un plumas, que le hacía más gordo. Habrá hasta quien piense que quiere benitizarse (benitizarse de Rafa Benítez, no de Goyo Benito) ahora que el ex Liverpool salió a la palestra como autofuturible.
Todo acabó con Granero, que no jugó más que los últimos minutos y que fue el último en salir del estadio porque le costó mear. Pasa hasta en las mejores familias. Supongo que entre trago y trago (de Isostar, Gatorade o hasta Red Bull, quién sabe) le dio tiempo a leer unos poemas. Como ese de Borges que habla del ajedrez -¿se podrá hacer tiquitaca intelectual en ajedrez?- y que a mí siempre me parece que habla de fútbol:


AJEDREZ
 I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
 II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?






















De la obra de Trueba yo solamente conocía su parte cinematográfica. Fue guionista de la entrañable Los peores años de nuestra vida y asumió la dirección en dos notables filmes: La buena vida (con una sublime interpretación de Luis Cuenca) y la adaptación de Soldados de Salamina (uno de mis libros favoritos, siendo capaz de mantener el tipo). 
Aquí Trueba pinta un cuadro realista de nuestra sociedad, con el paisaje madrileño en segundo plano, diseccionando asuntos como la integración de los inmigrantes, los entresijos del fútbol, las relaciones sentimentales, las diferencias intergeneracionales o el éxito. Pero sobre todo en este libro lo que se pintan son fracasos. Las cotidianas derrotas de los cuatro personajes que protagonizan la narración se plasman con una sobria normalidad que conduce a reflexionar si nuestra sociedad ha dado demasiado valor a todo lo que rodea la popularidad. Hasta el futbolista exitoso es un ser derrotado, hasta la tía buena de la clase es un ser derrotado. Etcétera. La original pincelada de Trueba -su lenguaje- es directa, punzante y sin artificialidad, acentuando el realismo del cuadro madrileño.
Dicen que Guardiola regaló la novela a Messi, pero no veo yo al astro argentino del Barça entrando solo al Prado -o al MNAC, en este caso- como hace Ariel Burano o regalando libros por los cumpleaños. De hecho, ni siquiera veo al bueno de Lionel Andrés leyendo ese tomo de quinientas páginas que le acaba de entregar Pep. Veo a Leo dejando el libro en el asiento trasero del coche, un libro que se olvida, hasta que alguien lo rescata (no es Messi, quizás una mujer) y lo comienza a devorar y le gusta mucho. Como a mí.












El otro día me pidieron de nuevo unas palabras para Yahoo! Eurosport (y compartí, con mucho orgullo, página con el gran @hugobonet):

Me ha costado mucho escribir esto. Mis lágrimas caen sobre las teclas del ordenador porque los madridistas estamos de luto. El entorno es lo que dice, ¿no? Da la impresión, por lo que leemos, escuchamos y vemos,  de habernos hundido en el lodazal tras unas últimas temporadas gloriosas. Parece que hemos sido los dominadores del panorama futbolístico y ahora nos encontramos en una situación límite.
Pues no, ¡claro que no! Estamos vivos y coleando en la Copa de Europa y con una ventaja sustancial en la Liga. Y con posibilidades de pasar de ronda en la Copa del Rey. Será un partido complejo y duro, ante un gran rival que se nos atraganta. Pero este equipo siempre se ha caracterizado por luchar hasta el final. Así que, como diría un viejo conocido:
"Me están embaucando a algunos de ustedes. Y eso es lo que no me gusta que los embauquen, que los engañen. O sea que... ¡Al loro! ¡Que no estamos tan mal, hombre!"
















Anatomía no es Salamina. Y es una pena porque se trata un buen libro, pero no de un excepcional libro. Suele ocurrir en nuestra vida que buscamos algo similar a lo que tuvimos, obteniendo como resultado algo, si bien no decepcionante, sí insatisfactorio. Yo fui buscando en esta obra lo que me fascinó entonces y no pude evitar quedarme con una amarga sensación. En Anatomía de un instante se  echa en falta ese fascinante proceso de investigación que el autor nos enseñaba con pelos y señales en Soldados de Salamina. Cercas aquí se limita a exponer, a relacionar y a conjeturar con su brillante pluma, probablemente la mejor del país en este género -ya tan suyo- que es novelar la realidad (aunque realmente aquí no novele tanto, a pesar de que este ensayo iba a ser una novela). Cercas se moja, no complace y rebusca los dobleces de la historia para mostrarla y comprenderla en un innegable acto de valentía narrativa. Porque quizás ha llegado el momento de ser valiente con el Golpe de Estado, quizás ha llegado el momento de reconocer que pocos fueron valientes aquel día, de hecho solamente tres diputados (quizás los más valientes y los que menos tenían que perder) permanecieron sentados en sus escaños, aunque lo normal (pero no lo valiente) sea tirarse al suelo.
La primera parte es bastante monótona, supongo que necesaria para contextualizar la compleja situación previa al 23 de febrero, pero luego mejora. Y mucho. Éste es un libro que va de menos a más, que nos va enganchando a medida que conocemos mejor el objeto de análisis (un objeto que pensábamos conocíamos bien hasta que leemos el libro). Incluso Cercas se sale del camino principal y avanza por senderos -en teoría secundarios- que poco tienen que ver inicialmente con la historia. Por ejemplo, se dedica a biografiar al sexteto que él considera protagonista: Milans del Bosch, Armada, Tejero, Carrillo, Gutiérrez-Mellado y Suárez (de hecho, es el mejor texto sobre Suárez que he leído en mi vida). Según Cercas hay una triple simetría, que se define por el odio entre ellos: el odio de Milans a Gutiérrez-Mellado, un militar ha traicionado al ejército de Franco; el odio de Tejero a Carrillo, un comunista perdedor de la Guerra que ahora se sienta en el Congreso; el odio de Armada a Suárez,  un tipo salido de la nada que le arrebató su papel de favorito del rey. Esos personajes, que entonces lo son todo y que hoy no pintan nada, articulan la narración, una narración ascendente que culmina con un pasaje sobre Cercas y su padre y su relación con el 23-F. Ese último estilo es el que a mí me hubiera gustado en el libro. Mezclar la realidad de Cercas con la realidad del 23-F para sumar esa especie de ficción realista o realidad ficcionada que nos había mostrado en Salamina. Pero Anatomía no es Salamina. E igual no tenía que serlo.


















Con los Héroes del Silencio no puedo ser totalmente objetivo, así que un libro sobre ellos ya parte con un par de goles de ventaja en el marcador. Pero es que, intentando distanciarme de la subjetividad, pienso que el libro es bueno. Directo y efectivo. Lo que escribe Raúl Sensato -jamás había escuchado su nombre- no se se trata una biografía al uso del grupo sino más bien un análisis del fenomeno de los Héroes en el que a veces, lógicamente, se recurre a su biografía.
Una de las claves de este recorrido es el de los críticos musicales. Jamás en la historia de la música española se ha atacado tanto a un grupo (y sobre todo a su líder) como se ofendió a los Héroes. Sensato pone sobre la mesa algo que comparto al cien por cien: la peor prensa de finales de los ochenta y comienzos de los noventa fue la musical. Mientras arreciaba por todas las revistas y radios esa crítica antibunbury (que se les había escapado a la prensa porque no supieron ver la magnitud del fenómeno) más y más gente se unía a esa causa del Silencio. Desde siniestros, huérfanos de mitos, hasta rockeros que querían algo más que ser felices con un camión, pasando por pijos de colegio de pago o niñas adolescentes que se enamoraban de Enrique. Y la prensa musical, salvo honrosas excepciones, a verlas venir. A la prensa sólo le quedaba una opción: empeñarse en meterse con ellos para no reconocer su error inicial. Pero cuantos más ataques se producían contra Bunbury, más gente se teñía el pelo de naranja, colgaba sus pósters en la pared o le imitaba bajo la ducha.
Por desgracia, esa actitud de prensa, cebándose con ellos, provocó que mucha gente ya partiera con prejuicios ante el grupo. Sobre todo el clásico jevi español, que escucha a Rosendo y cosas como "la casa iluminada espera que alguien entre" le deben parecer muy raras, y más si hay un crítico diciendo que son unos blandos. La otra tribu que les desprecia fundamentalmente son los indies, esos chicos tan alternativos y modernos que aparecen a principios de los noventa, cuando Héroes ya son los números uno en España, y no pueden asimilar sus gustos al resto del populacho. Cómo voy yo a escuchar lo mismo que mi vecino del quinto y que el del tercero, deben pensar. Yo, que vivo en el cuarto, tengo que buscarme otra cosa, a Los Planetas o La Buena Vida o algo así.
Aquel fenómeno de crítica que sucedió con Enrique Bunbury lo asemejo yo, salvando las enormes distancias, al fútbol actual. Si la peor prensa de entonces era la musical, ahora es la futbolística. Cuanto más se critica, por ejemplo, a Mourinho, más madridistas le apoyan. Ambos son seres extremos, odiados o amados, que se equivocan muchas veces, pero que, mientras la mayoría de la prensa les odia, aumentan sus seguidores.
El movimiento Héroes para Raúl Sensato es tremendamente original debido a la militancia zaragozana del grupo. El grupo español más internacional de todos los tiempos no necesitó instalar su cuartel general en Madrid para triunfar. El talento y la fuerza de la banda fue suficiente para el éxito. Que firmaban un primer contrato para un EP por el que se les obligaba a vender 5.000 copias para renovar, pues los zaragozanos colocaban 30.000 (sin apoyo de los 40 Principales ni de Madrid ni de nadie. Ni siquiera de la propia EMI que, como cuenta Sensato, les dejaba el estudio solamente de las dos a las seis de la mañana). Que España se les quedaba pequeña, pues furgoneta al canto y más de cien conciertos por Europa en antros cuando en aquí ya llenaban estadios. Que se les acusa de blandos, pues fichan al productor de Pink Floyd, Alice Cooper y de Kiss. La fórmula de Héroes fue muy  sencilla: a cada reto, una respuesta contundente.
El libro de Sensato es, pues, casi un análisis sociológico del movimiento, narrado de forma directa por alguien que lo vive desde dentro, desde esa Zaragoza que asiste orgullosa al que sus paisanos conquistan, con fuerza y talento, el estrellato del rocanrol.








Con la sed, camino
Con el barro, respiro
Las hojas del libro que me prestó
Las canciones grabadas en aquella cinta
El libro viejo
La cinta vieja

Las hojas sobre el barro

Dibujé con carbón y tierra un futuro incierto,
A veces escribí palabras en superficies tan rugosas como el pasado

La soledad en el camino