(Foto: El Cultural)

De todos los cientos de relatos o novelas que se han escrito de la guerra civil acaso ninguno puede compararse a A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales. A su lado muchas de las páginas de tantos otros —Foxá, Max Aub, Neville, Baroja, Borrás, Petere, Barea— parecen oscurecerse faltas de nervio o sobradas de retórica guerrera. Ni han contado lo que él contó ni lo contaron de la misma manera. 


La memoria suele ser tan fascinante como cruel. Escuchar cierta canción tras mucho tiempo o reconocer a lo lejos, sin ser visto, a alguien que fue importante en tu vida, son complejos, crueles y fascinantes ejercicios a los que nos cuesta enfrentarnos. Sucede algo parecido, por ejemplo, al enfrentarse con un libro, ese compañero con el que pasamos muchas horas y construimos una relación de complicidad pocas veces igualada (esa mujer que vemos a lo lejos y que no nos ve, acaso lo fue). 
Tras muchos años releo a Chaves Nogales y, además de la crueldad y la fascinación provocada por la memoria, percibo que el libro ha cambiado. Sigue siendo lo mejor que yo —al igual que le sucede a Trapiello— haya leído nunca sobre la Guerra, pero entonces eran un conjunto de relatos que ahora, sin embargo, se han transformado en un ensayo. Entonces no leía ensayos; sólo novelas. Y así me iba. Porque yo creía que me iba bien, pero me equivocaba. 
Durante aquellos años uno leía porque tenía que aparentar, que es lo que principalmente se hace en la adolescencia, que cada vez acaba más tarde. En esas edades se aparenta saber más de lo que en realidad se sabe y se aparenta conocer la vida cuando se desconoce. Alguien me dijo que yo no tuve adolescencia y creo que tenía razón (siempre tenía razón, la verdad). 
Y allí estaba yo, pues, tumbado en mi cama y leyendo la mayoría de novelas españolas sobre la Guerra Civil. Mi abuelo apenas me había contado nada de la misma y me sumergí en la ficción —como tantas veces— tratando de encontrar en ella lo que no había querido buscar en la realidad. Busqué la penosa vida de los maquis en Luna de Lobos de Llamazares, encontré la extraordinaria historia de aquel soldado que bailaba Suspiros de España agarrado al fusil y que salvó a Sánchez Mazas en Soldados de Salamina de Cercas, y tropecé (que ni es búsqueda ni encuentro) con un tal Chaves Nogales, que acababa de ser reeditado. Imposible olvidarme de personajes como Bigornia o de aquel hombrín, comisionado de Patrimonio. Lo que ocurre ahora es que comprendo mejor lo que quería decir el autor.
Para mí A Sangre y Fuego son ahora nueve breves ensayos sobre la barbarie de una guerra civil que, al tratarse de una guerra civil entre españoles, es mucha más guerra civil aún. Ese odio atávico que posee el español en sus entrañas se multiplica hasta el infinito cuando se trata de matar y de morir. Fue en ese año 2001 de la reedición cuando Arcadi Espada escribió un brillante alegato en el que se lamentaba del olvido al que había sido sometido el escritor sevillano:

Chaves es hoy un olvidado porque su escritura no tiene un color propio, sino solamente el color de lo que toca, y en el canon literario español esa característica conduce directamente al limbo.

El motivo del olvido de Chaves Nogales era evidente: no tenía un bando que le reivindicara. Fue un tipo íntegro hasta para eso. Después de aquel encuentro con aquel tipo íntegro, yo continué y continúo leyendo sobre la Guerra a contemporáneos y a clásicos —y añadiendo desde hace años ensayos a la ficción—, pero con el mismo objetivo de intentar hallar respuestas; respuestas sobre la condición humana que nadie ha sabido contestar como Chaves Nogales.