Me gritabas: todo pronto irá mejor, pero escribe otra canción que tal vez nos describa mejor
Manejaba mi mundo del revés; nunca me vestía por los pies y pensaba en cambiarme de planeta un día de estos
Tú ya no pasas por allí, ya no lloras al decir que esto no funciona por mi culpa

Ya no soy quien querías tú que fuera
Ya no soy el que espera y desespera

Tengo un arco iris sin color y tu carta en el cajón que algún día lograré descifrar
Para qué nos sirve fracasar si los días son tan largos que las noches no merecen ya la pena
Por favor, salid antes de entrar, que mi cuerpo no soporta ni un minuto la condena

Ya no soy quien querías tú que fuera
Ya no soy el que espera y desespera























De mi abuelo recuerdo especialmente tres imágenes, como si fueran las fotografías de un álbum. En la primera, él se encuentra sobre cama fumando un Ducados (era lo primero que hacía cada día). En otra, le veo durante una comida familiar, cortando queso, muy despacio, casi milimétricamente. También viene a mi memoria, por último, su figura en un sillón del salón -su sillón- fumando mientras escuchaba en un viejo transistor el Carrusel Deportivo.
A mi abuelo le apasionaba el fútbol. Quizá hubiera sido un gran entrenador. Cuando yo era niño los domingos me llevaba al Antonio Amilivia -ya desaparecido- para ver a la Cultural. Me decía, con el puro en la boca, que no me fijara en quién llevaba la pelota sino en cómo se movían los que tenía cerca. De la Guerra Civil solamente me contó dos cosas: que había sido chófer en la Batalla del Ebro y que una vez jugaron un partido de fútbol contra los oficiales y le paró un penalti al Capitán.
Cuando había un partido importante siempre iba a su casa a verlo. Se tenía que situar a poco más de un metro de la pantalla porque casi no podía ver. (Le habían operado varias veces y nunca supe lo que era capaz de distinguir). 
La noche del 17 de noviembre de 1993 los dos estábamos frente al televisor para vibrar con un vital España-Dinamarca. Si España ganaba, jugaría el Mundial de Estados Unidos. Mi abuelo me había cantado la alineación de carrerilla nada más que me oyó entrar por la puerta: Zubi,  Ferrer, Alkorta, Nadal, Giner, Camarasa, Hierro, Bakero, Goikoetxea; Luis Enrique y Salinas. (También era capaz de citar, entre otras muchas, la alineación de la Cultural durante la única temporada que jugó en Primera). Inmediatamente añadió que el portero danés Meikel -refiriéndose a Peter Shmeichel- era muy bueno, y que el hermano de Laudrup también. Durante un rato estuvimos discutiendo sobre Javi Clemente. Para mi abuelo -que, por cierto, era hincha del Bilbao- el de Baracaldo era un mediocre entrenador. A la selección, decía, tienen que ir Fran, el del Coruña, y Míchel. Yo le respondí que España no tenía gente suficiente para jugar al toque y que creía que Clemente lo estaba haciendo bien.
El partido comenzó y pronto expulsaron a Zubizarreta. Mi abuelo me preguntó:
-¿Quién entra de portero? -supongo que apenas veía nada en la pantalla. 
-Cañizares.
Mi abuelo, que no se perdía ni los partidos del Celta -con todo el respeto para el Celta- me dijo que estuviera tranquilo, que aquel chico era el mejor portero de España (Cañizares había sido Trofeo Zamora la temporada anterior). Luego todos sabemos lo que ocurrió: Cañizares hizo una serie de paradas increíbles y Fernando Hierro anotó de cabeza el definitivo 1-0 al gran Peter Meikel.
Al terminar el partido, mi abuelo y yo nos abrazamos como hacíamos en el antiguo Amilivia cuando yo todavía era niño -y él todavía no era viejo- y marcaba la Cultural.
Pocos meses después mi abuelo falleció. Nunca me acuerdo de la fecha de su defunción, pues yo prefiero recordarle los 17 de noviembre, la fecha de aquel último abrazo que nos dimos.


*Texto ligeramente modificado de mi antiguo blog.
La foto es de El País




















Tal vez no somos más que una vida escrita con tinta simpática, entre renglones que todos pueden ver, hasta que un día la llama que creíamos extinguida va sacando datos, fechas, intenciones, afectos que nadie, ni nosotros mismos, sospechaba. Pero para entonces es siempre demasiado tarde. Porque la misma llama que saca a la luz nuestro vivir secreto, va quemando, destruyendo, lo que habíamos escrito hasta entonces a los ojos de todos.

Hace días escribía algunas líneas sobre la ansiedad que genera la segunda obra tras una opera prima exitosa. Al respecto, tenía la equivocada idea de que la primera novela de Trapiello había sido El buque fantasma y no ésta, pues El buque es una narración sobre juventud, de descubrimientos, con tintes biográficos y, sin embargo, La tinta se trata de una novela de madurez, de recuerdos. La paradoja es, efectivamente, que la novela de madurez es la primera y la de juventud fue la segunda. 
De las novelas de Trapiello también leí Los Amigos del Crimen Perfecto, Premio Nadal en 2003, pero no sé si fue antes o después de El buque. De lo que no tengo ninguna duda es que de las tres me quedo con ésta, con la que tiene por protagonista a ese viejo pintor llamado Corso. 

Es la mirada melancólica la que da coherencia a la obra (la vejez supongo que es lo que tiene). Inmediatamente me viene a la mente, por temática y localización italiana, La sonrisa etrusca de Sampedro. Sin embargo aquella era una melancolía que devenía en optimismo; pero aquí, al contrario, tenemos delante una melancolía eterna, que impregna toda la obra. Tal vez deberíamos leer estas novelas cuando somos jóvenes para aprender de la senectud y dejar las que tradicionalmente han sido consideradas para adolescentes para la vejez. Puede que no haya novela más novela que El Quijote y no haya viejo más joven que Alonso Quijano.

La excusa de la obra, lo que podríamos llamar "el caso del cuadro del jardín", nos conduce por una Roma de mujeres ambiciosas y hombres egoístas, una vieja ciudad de viejos palacios habitados por viejos nobles. Y cuando la narración parece que comienza a estancarse se produce un brillante giro en el argumento (del que, por supuesto -norma de la casa-, no hablaremos aquí). 

¿Es Trapiello uno de los mejores novelistas de España? No. ¿Es Trapiello uno de los mejores escritores de España? Sí. Su Salón de los pasos perdidos, su Las armas y las letras, son ya referentes en la literatura española contemporánea; mucho más que sus novelas que, siendo buenas, no alcanzan ese sobresaliente nivel. 
Probablemente sea Andrés Trapiello el menos leonés de los escritores leoneses, mucho menos leonés, por ejemplo, que su hermano Pedro, que es un escritor muy de cuento y de narración oral, de filandón. 
Cuando le entregaron el Premio Castilla y León de las Letras, el profesor Miñambres dijo: 

¿Por qué se le ha concedido el Premio Castilla y León de las Letras a Andrés Trapiello? Desde mi punto de vista, y entre otras cosas, porque es un hombre que ha dominado todos los géneros.

(Bueno, quizás no todos, puesto que yo no le conozco obra teatral).

Por eso, creo que leer sus novelas -y concretamente ésta- puede ser un buen punto de partida para introducirse en su obra. La obra de un hombre que domina todos los géneros (blogs incluidos)



















Para realizar un completo recorrido por la capital portuguesa distinguiría cuatro partes (que realmente son cinco) de la ciudad.

1. Centro (Baixa y Alta):
La configuración urbana de casi todas las ciudades portuguesas es la siguiente: por un lado se halla una parte baja, más comercial, y por otro, en lo más alto, se encuentra el castillo defensivo.
Debemos tener en cuenta que Lisboa fue completamente arrasada por un devastador terremoto en 1755, que mató a 100.000 personas y se llegó a notar hasta en el norte de España. Posteriormente el Marqués de Pombal reconstruyó la ciudad siguiendo los parámetros ilustrados, diseñando una nueva Baixa, con calles regulares y amplias, como la emblemática Rua Augusta. Allí está O Terreiro do Paço (Plaza del Comercio), una maravillosa plaza a la que se accede por un simbólico arco del triunfo, y un poco más allá (andando) se puede uno acercar al Cais Do Sodré, estación ferroviaria en la ribera con pequeños muelles donde nos podemos sentar en una terraza para disfrutar de las majestuosa vista del Tajo. En esa Baixa podemos visitar también la hermosa Plaza del Rossio, donde siempre hay ambiente, con el Teatro Nacional, el famoso Café Nicola y la impresionante Estación de Rossio de estilo neomanuelino.
Al lado está la Praça da Figueira, en la que se coge el mítico tranvía 28, que sube al Castillo de San Jorge. Cerca de allí está la llamativa Casa Do Alentejo, donde se come muy bien, especialmente la carne de cerdo a la alentejana.
Para pasar de la Baixa a la Alta se puede hacer caminando por el Chiado, barrio que se incendió a finales de los 80 y que fue reconstruido por el arquitecto portugués más destacado: Siza Vieira. Allí se encuentra el conocido y casi obligatorio café A Brasileira (el excelente café portugués proviene de ser la metrópoli de Brasil), donde iban los intelectuales, como Pessoa, representado en una estatua. También se deben visitar las ruinas de la Iglesia do Carmo, y al lado se puede coger el famoso elevador de Santa Justa, modernista y de hierro, un enorme avance de la escuela de Eiffel, que sirvió para comunicar la Baixa y la Alta. También está aquí la Cervejaria Trinidade, en un convento destrozado por el terremoto y repleto de bellos azulejos (probablemente la manifestación artística más original del país).
El Bairro Alto es el lugar donde hay ambiente más joven. Allí se encuentran algunas de las tiendas —lojas— más modernas de la ciudad y hay fiesta por la noche en sus bares (la otra opción son las Docas —muelles— pero es más discotequero). No nos podemos perder, por supuesto, las casas de fado y conocer un curioso pub llamado Pabellón Chinés.
Lisboa fue una plaza conquistada por los musulmanes. De ahí el nombre del Castillo de los Moros y del barrio árabe de Alfama (Aljama) con sus calles estrechas. Tal vez Alfama sea la zona que mejor exprese ese encanto decadente que define la ciudad. Allí está Chapito, uno de mis lugares preferidos, una especie de bar-academia de circo  (donde recomiendo tomar una "samosa" con una caña) y también la Catedral-Sé, que como casi todas las de Portugal tienen un aspecto de castillo con sus remates en almenas. Desde todos estos lugares se pueden contemplar excelentes vistas de la ciudad y de esa desembocadura del Tajo, cuyos reflejos confieren a Lisboa una luz particular.

2. Belem:
Patrimonio de la Humanidad. Se puede ir en metro o tren. Está a un par de kilómetros del Terreiro do Paço. Portugal fue la potencia marítima más importante hasta que España descubrió América (de hecho, Colón acudió antes a pedir apoyo a los reyes portugueses que a los Reyes Católicos, pero Portugal había conseguido doblar el Cabo de Buena Esperanza para ir a las Indias por África, así que no les interesó el proyecto). En Belem se encuentra la Torre defensiva de estilo Manuelino (estilo artístico original del país) y el también manuelino Monasterio de los Jerónimos, edificado en honor a Vasco da Gama (que se encuentra allí enterrado, junto a varios reyes). De Belem son famosos, por otro lado, los sabrosos pasteles del mismo nombre, originales de una repostería que hay allí (aunque se pueden encontrar por todos lados). Allí también está el Monumento a los Descubridores, testigo del glorioso pasado naval del país.

3. Parque de las Naciones:
Recinto de la Expo Universal del 98 junto a la ribera del Tajo y presidido por el excepcional Puente Vasco da Gama de 17 kilómetros de lonjitud. La estación de Oriente es de Calatrava (con sus aciertos y sus errores). Son enormes espacios compuestos por grandes ejemplos de arquitectura contemporánea, como el espectacular Oceanario, el Pabellón de Portugal del ya citado Siza Vieira o el Pabellón Atlántico.

4. La otra orilla del Tajo:
Preciosas vistas de la ciudad. Recomendable. Desde O Terreiro do Paço (frente al gobierno de Portugal) o desde Cais do Sodre (un poco más adelante) se pilla barco para cruzar el Tajo y muy barato.

*Publicado originalmente en otro blog hace unos años (así se comprende que esté tan mal escrito).
















Por un lado tenemos a los turistas, sujetos, cuyo paradigma hispano suele ser el jubilado, con una formación intelectual media. Por otra parte se halla el objeto, el monumento, necesitado de comprensión, de textos y de contextos, pero que se encuentra más a merced de unas explicaciones de leyendas y mitos que de su idiosincrasia.

El Dr. Senabre López, aún reconociendo lo que de provocadoras pudieran tener sus preguntas, ya puso la picota al asunto en un artículo de 2007:

¿Por qué consideramos culto el hecho, sin más, de viajar visitando series interminables de lugares y monumentos? ¿No falta en ese a priori un elemento esencial? ¿No sería mejor empezar analizando cuál es el nivel de formación educativa, de aprendizaje y reflexión, de poso de cada uno cuando  viaja?  ¿La humanidad  que  viaja  y  consume  aquello  que  se  define  como «turismo cultural» es más culta después? ¿Dónde queda relegado el significado de Cultura? ¿Con qué pretensiones?



Probablemente hoy Ortega dedicaría un capítulo al respecto de las masas en turismo (aún no habían aparecido):

El hombre masa es el señorito satisfecho, el niño mimado de la historia y como tal no la respeta. Confunde libertad con libertinaje (...)

He ahí el problema del turismo cultural, que realmente se ha convertido también, como el otro (como del que escapaba), en un turismo de masas; o mejor: en un turismo cultural de masas. Y la masa no entiende de textos ni de contextos. La masa, en cambio, se alimenta en la superficie, aunque -debemos reconocerlo también- mejor eso que morir de hambre.

Combinar turismo, cultura y masa: el gran reto; la solución: calidad.





















 Sísifo
 Autor:Tiziano 
 Fecha:1548/49 
 Museo:Museo del Prado 
 Características:237 x 216 cm. 
 Material:Oleo sobre lienzo 


Falcao, a pesar de que al parecer lloró en el Punto Pelota, tiene que jugar la próxima temporada en un Real Madrid que el pasado domingo viajó hasta Mallorca. Para los blancos, la isla tiene poco de aquella que cantaban Los Tres Sudamericanos y mucho de aquella de Lost, aunque ya no esté ese terrible humo negro que era Samuel Eto'o. Mou, por supuesto, sería Sawyer porque el papel del buenazo, heroico y melifluo Jack se lo otorgaron hace tiempo a Iker Xavillas. 

En la portada de la revista del corazón que regalan con El Diario de León los domingos ponía que Sergio Ramos ya había presentado a Pilar Rubio a sus padres. Tal notición quizás también saliera en la prensa deportiva, que ya es lo mismo que la rosa, o más rosa aún que la propia rosa. Pero todavía hubo otra presentación (más trascendente si cabe para el Madrid que aquella de Cristiano hace un par de años ante un Bernabéu enfervorizado de latinos y adolescentes, sin socios burgueses -probablemente de vacaciones en Marbella o en la propia Mallorca- o aburguesados): Los Casillas-Carbonero y Los Ramos-Rubio. PELIGRO.

Todo un Real Madrid en la Isla Mayor y el estadio, que antes se llamaba Son Moix y que ahora se llama Iberostar (y que el año pasado o hace dos se llamaba Ono), presentaba un aspecto desolador. 
Dice el Almanaque al respecto:

Como viene siendo habitual en la Liga el estadio no estaba lleno porque los precios se mantienen altos mientras diversos estratos sociales se precipitan al vacío, de tal manera que son relativamente pocos los privilegiados que pueden permitirse odiar en directo, y menos aún odiar en directo al Real Madrid de Cristiano y Mourinho, la muleta a abominar más elaborada y memorable de la sociedad del espectáculo del bipartidismo español. 

Pipita abrió pronto la caja de la ensaimada caparrosiana tras un error de la defensa. Fue entonces cuando Santiago Segurola comparó al argentino con Sísifo:

Higuaín es una especie de Sísifo del fútbol. Por muchos goles que logre, por importantes que sean, por eficaz que haya sido su producción en cada uno de sus seis años en el Real Madrid, comienza cada temporada como si fuera un novato. Bastan dos o tres partidos discretos para obligarle a demostrar lo que ya ha mostrado repetidamente.

Pero se le olvidó decir al antaño prestigioso periodista que la condena a Sísifo estaba más que justificada. El propio Segurola, utilizando la terminología de moda, diría que Sísifo no tenía señorío. Pseudosísifo, más bien. Y es que, hasta hace unos años cuando servidor escuchaba "señorío", se remitía solamente a significados historiográficos. Medievales, sobre todo; hoy, por desgracia, la primera acepción en mi diccionario me conduce al fútbol. 

El Madrid no tiene señorío, eso ya lo sabemos, pero al de Madeira le pitaron desde el primer balón que tocó. Cuenta la verdad o la leyenda que Di Stéfano le hizo a los sevillistas que le silbaban el gesto de dirigirles la orquesta. Luego una buena jugada: Ozil, Di María, Pseudosísifo y Cristiano, que la empaló hacia el fondo de la red. El angelito lleva 164 goles en 158 partidos de blanco. Más pitos, ese portugués qué hijo puta es y Cristiano maricón. Cristiano respondiendo a la grada como respondía Don Alfredo en Sevilla cuando aún no se había inventado lo del señorío. Al final 0-5 en medio de ese deporte nacional que es pitar al Real Madrid: Míchel, Guti, Cristiano, maricones todos.