Jamás despreciaremos un best-seller por su propia idiosincrasia. Hemos pasado maravillosos momentos leyendo a Pérez-Reverte, a Julio Verne o a Ken Follet. Por otra parte, Cervantes, Kafka o Saramago son ejemplos de ventas masivas. También nos ha ocurrido en otros campos: nos encantan los best-sellers de The Beatles o de Van Gogh. El esnobismo es una grave enfermedad de la posmodernidad.
Los dos últimos éxitos de venta literaria en España han sido Ruiz-Zafón y Falcones. La sombra del viento es una fantasía excepcional que nos lleva a una Barcelona metafísica. Curiosmente la misma ciudad es el escenario de una novela histórica excesivamente influenciada por Los Pilares de la Tierra. La diferencia entre las dos es que en Los pilares deseas que no se acabe nunca pero en La catedral aspiras a terminarla a duras penas.
La novela de Falcones parece destinada a una burguesía catalana ávida tanto de mitos como de realidades que consoliden su posición. Y una catedral creada por el pueblo -cuando burgueses se llamaban pueblo, luego llegaron los franceses- parece un fruto lo suficientemente apetecible para cualquier tipo0 de aspiración reivindicativa. El objetivo de Falcones y editores se descubre cuando se observa la ausencia de rigor con la realidad histórica del momento. Es un desprecio a la historia de Aragón. No hace falta comentar más cuando se comprueba que Falcones es un tipo documentado, especialmente en el derecho y en los famosos Usatges, lo que demuestra su manipulación intencionada.

Avanzamos en el Alsa hacia Asturias. Inevitablemente todos nos asombramos del triste aspecto del pantano de Barrios de Luna. Se ven las cercas que antaño dividían las eras, se observan escombros de casas y de recuerdos, como un universo que resucita agonizante. El autobús se queda en un extraño silencio. Parece la sequedad de un pantano del norte a finales de octubre, que espera el regreso de sus emigrantes a los sumergidos -ahora emergidos- cementerios para honrar a sus muertos en el día de los difuntos. Todos miramos menos una: mi compañera involuntaria de asiento, que prefiere leer en una revista las estupideces de los famosos y que parece desear los bolsos de marca de mil euros que en ella publicitan. El resto del autobús pasa el pantano y no puede evitar detenerse a reflexionar. ¿Y ella? ¿Y el resto?



















Hoy quiero hablar de un genio. Un tipo que fue pionero y que se encuentra en lo más alto de su profesión. Su nombre, Paul Rand. Alguien que supo anticiparse a nuestra sociedad de consumo, mediante la creación de imágenes corporativas. La nueva heráldica es el logotipo.
IBM es una marca en decadencia pero su logotipo, las grandes letras azules rayadas, sigue teniendo una enorme fuerza. El logo posee un equilibrio y una moderación que siempre estará vigente.
El círculo de Yale con una tipografía casi arquitectónica es magistral por su armonía entre clasicismo y contemporaneidad. Porque el concepto de armonía lo toma de Klee y el racionalismo arquitectónico, lógicamente, de Le Corbusier.

PD. También es el creador de la tipografía Futura

En un curso realizado hace años propusieron a cada alumno idear una página web. Juro que mi proyecto fue un concepto con una eminente utilización social: intercambiar objetos, es decir, una página de trueque. De este modo, también pretendía introducir la tradición rural -que tanto me gusta- en la novedosa tecnología. Mi abuela siempre me contaba cómo intercambiaban los productos del campo entre sus habitantes. Yo te doy un saco de alubias por otro de garbanzos. Lo mismo ocurría entre esas mercancías rurales con las de la ciudad. Sistema ancestral, siempre recuerdo las primeras páginas del excepcional libro de Sánchez-Albornoz, Una ciudad de la España Cristiana hace mil años, cuando habla del mercado.
Hoy descubro, por casualidad, algo similar: truequi.com. Sinceramente, les deseo lo mejor.



[por cortesía de EMI, no podemos ver el vídeo aquí y nos remite a youtube]

Recuerdos de una feliz pseudoadolescencia dando saltos -al igual que Damon Albarn- con el Destino en forma de amigo que venía de esa ciudad, La Ciudad. Aquel bar ya no existe. Y los Blur tampoco, aunque yo acabara convirtiéndome en un gafapasta que se parecía más a Graham Coxon que a Albarn (que era al que yo realmente trataba de imitar). Porque la vida me arrastró y no fui capaz de decirle a una peluquera: yo quiero el pelo como este tío. Tampoco me atreví a comprar la preciosa chupa de cuero que lleva en el vídeo, así que a lo más que podía llegar era a brincar con el señor Lois en el Dados mientras nos ponían aquella canción.

Ciencias Sociales es el nombre que se otorga a una serie de materias relacionadas con el comportamiento y las actividades del ser humano. Cuando hablamos de Ciencia, sin embargo, siempre surge una inmediata relación con materias de otro tipo -Medicina, Biología, Mátemática o Física, por ejemplo-. Muy distinta, por otra parte, es también la consideración de una serie de saberes a los que habitualmente denominamos humanísticos -Filosofía, Filología o Historia.
Desgraciadamente, llegamos a la conclusión de dos universos del saber casi opuestos, definidos tradicionalmente en medios académicos como Ciencias y Letras. Esta separación supone la antagonía entre universos más cercanos de lo que parece, por ejemplo, la Lógica. No debemos olvidar que el origen de todo conocimiento científico -¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?- partió de la Filosofía. Es la citada separación académica -habría que hacer un ensayo sobre los males de la Ilustración- la que provoca tremendas lagunas hasta en el profesorado universitario.
¿Y las Ciencias Sociales? Parece claro, según el razonamiento actual, que no son disciplinas humanísticas. ¿Pero, siguiendo los esquemas contemporáneos, acaso se pueden considerar una Ciencia? ¿Cuántos catedráticos de facultades de Economía han sido capaces de aventurar esta crisis económica? ¿Cuántos darán con las soluciones adecuadas? Y es que el concepto de ciencia es tan discutible que debería hacernos replantear muchos de nuestros esquemas mentales. Al menos, un filólogo sabe analizar un soneto. ¿Sabrán hacer lo mismo nuestros prestigiosos economistas con lo que está ocurriendo?


La crisis del 29 de nuevo, oigo en las radios. ¿Acaso hubo recientemente una guerra europea que permitiera a los Estados Unidos, sobre todo, abastecer al viejo continente?