Avanzamos en el Alsa hacia Asturias. Inevitablemente todos nos asombramos del triste aspecto del pantano de Barrios de Luna. Se ven las cercas que antaño dividían las eras, se observan escombros de casas y de recuerdos, como un universo que resucita agonizante. El autobús se queda en un extraño silencio. Parece la sequedad de un pantano del norte a finales de octubre, que espera el regreso de sus emigrantes a los sumergidos -ahora emergidos- cementerios para honrar a sus muertos en el día de los difuntos. Todos miramos menos una: mi compañera involuntaria de asiento, que prefiere leer en una revista las estupideces de los famosos y que parece desear los bolsos de marca de mil euros que en ella publicitan. El resto del autobús pasa el pantano y no puede evitar detenerse a reflexionar. ¿Y ella? ¿Y el resto?