Tatcher pertenece a ese selecto grupo de políticos que supongo jamás volverán. Quizás fue la última representante de una era marcada por el personalismo y el carisma. Quizás Tatcher no era nada más (y nada menos) que la reencarnación de Churchill pero sin un cigarro entre los labios. Bebedores. Odiados y amados. Obstinados y contradictorios. Triunfadores y fracasados. Todavía no había llegado el fin de la historia, que diría Fukuyama
Sólo puedo decir que estoy bastante decepcionado porque la película deja un sabor amargo en la boca. Es un clamoroso error centrar la narración en la demencia senil de la antigua Primera Ministra. Ese continuo regresar al presente deja de lado su pasado. Hubiera sido una buena estrategia para una serie de televisión, pero no para un filme con un metraje muy limitado. 
Cuando uno tiene delante esa actriz, no puede desaprovecharla. La interpretación de Meryl Streep es intachable. Y por eso la peli desazona aún más. Por lo que pudo ser y no fue. Y peor aún cuando vemos que se retratan con cierta solvencia (pero superficialmente) los hitos de su vida política: su actitud contra sindicatos y en la guerra contra Argentina por las Malvinas/Falklands. Más desazón. El resultado parece no haber gustado ni a laboristas ni a conservadores: para unos carece de crítica; para otros centra la narración en la enfermedad. Oportunidad perdida, a fin de cuentas, por no elegir el camino del cine, como de cine fueron las vidas de Tatcher o de Churchill.























A las niñas ricas de León les hacían los vestidos las mejores modistas y a mi madre se los hacía mi abuela que, después de horas trabajando en una clínica (aún no se había inaugurado el hospital), copiaba los patrones y, restando horas al descanso, confeccionaba el mismo modelo. Cuando leí el argumento, le regalé el libro. Me ha encantado,  dijo entusiasmada al terminarlo, un par de semanas después. Supongo que no sólo fue por rememorar la confección de los vestidos o aquella España en blanco y negro o ese Marruecos que ella visitó cuando casi nadie visitaba Marruecos. El motivo de su entusiasmo por el libro se debe a que es una obra fabulosa. El tiempo entre costuras tiene el molde del best seller y no lo disimula, que es lo que se le debe pedir a un best seller. Dragó la definió muy bien: "novela como las de siempre, como las de nunca". 
Quizás esa magnífica reconstrucción del Protectorado Español en Marruecos sea lo más interesante del la obra. Aquel exótico Marruecos hispano -que apenas ha sido retratado- por el que desfilan personajes tan reales como el pintoresco Beigbeder, sirve como principal telón de fondo para que María Dueñas construya una historia redonda, donde todo acaba encajando, en la que Sira Quiroga se convierte en uno de esos personajes ya inolvidables de la ficción española contemporánea. Es una de esas mujeres admirables, con una asombrosa fuerza interior y vitalidad, que rompe los esquemas del cliché femenino de aquellos años (quizás mi abuela, a su modo, también lo rompió). Y Sira Quiroga es bella, claro. Una mujer que enamora a los hombres con la pasión con la que se enamoraba antes. Son romances como de Hollywood que inevitablemente, nos llevan a recuerdos del Casablanca de Bogart, de Blaine. Son escenas, también como en esa película, que acontecen en un mundo cambiante, de supervivientes y de mentiras, de ambiciones y de fracasos. 
Ya no queda nada de aquel mundo, ya no quedan niñas ricas en León, ya no queda nada del Protectorado, ya no existen esos amores. Sólo nos quedan los libros. Libros como éste. 


















La misma actuación de Ryan Goslin me parece pura superficialidad efectista en Drive e inteligencia en The ides of march. Y esa interpretación creo que sirve para resumir mi impresión sobre ambas películas. Para mí Drive es un supuesto cine negro artificioso, vacío, mientras que The ides es cine político sin pretenciosidad. Quizás la cinta dirigida por Clooney parezca más de lo que realmente es. Pero es una estrategia inteligente. Pienso que Drive, sin embargo, es mucho menos de lo que parece. Y la apariencia engaña, no como ese algodón que empuñaba aquel filósofo calvo vestido de mayordomo en los anuncios de los ochenta. 
Lo que me gustó de The ides, además de su fidelidad al género -campaña, traiciones, intereses, poder- y de la citada interpretación del gran Goslin, fueron las otras: George Clooney como el candidato demócrata ideal, atractivo e inteligente; Philip Seymour Hoffman es el veterano que lleva toda su vida en el negocio y conoce muy bien las reglas del juego; Paul Giamatti hace de zorro rival que trata de desestabilizar la campaña. Fabulosos y creíbles, como la película. 



TWD es una pizza del Mercadona. Cumple su objetivo. No nos puede defraudar porque no tenemos grandes expectativas del producto. Zombis. Y unos tipos que tratan de sobrevivir. Una primera temporada buena, un inicio de la segunda prometedor, una laguna enfangada a la mitad pero una aceptable resolución que nos deja con la tensión suficiente para esperar la tercera.