Rankin es Edimburgo. Y Edimburgo es Rankin. Al igual que Mankell es Ystad. E Ystad es Mankell. Porque Rebus y Wallander son los grandes inspectores de la nueva novela negra mundial. Quizá los dos únicos que quedan.
Edimburgo no sólo es la capital de Escocia sino también de los fantasmas y Rebus nos descubre, hoja a hoja, una ciudad que está a punto de ser la sede del nuevo parlamento escocés. La novela comienza con minuciosa descripción los detalles de los descubrimientos arqueológicos en dicha zona, una mujer que ha tenido problemas con los hombres, así como los entresijos de una poderosa familia escocesa. Nos encontramos ante tipos que maltratan a las mujeres y mujeres que engañan a los hombres. En el fondo, el maltrato y el engaño evidencian lo miserable de la condición humana, esencia de la novela negra.
Ian Rankin logra crear esa atmósfera inquietante necesaria para que cualquier lector se enganche, mediante la inteligente superposición de las tramas, que nos las pone y las quita a su antojo para jugar con nosotros, ansiosos por saber qué está pasando en realidad. Descubrimos paulatinamente a unos personajes bien caracterizados. Rebus es un melómano, que bebe demasiado, que observa la vida desde la torre que se ha construido. Está divorciado, ha salido con alguna mujer y observa, más que vive. Pero el personaje que más me interesa es Siobhan Clarke, treintañera en crisis, como todos los treintañeros solteros en esta sociedad posmoderna (calificativo-refugio que lo justifica casi todo). Por supuesto, no conecta con el joven y ambicioso Lindford y sus dudas existenciales tienen más cosas en común con el viejo Rebus. Además es futbolera y del Hibernian.
Novela, pues, más que recomendable para conocer Edimburgo, Escocia y para conocernos.