En la primera parte decíamos que los ingleses narraban su historia sin complejos; ahora no hacen historia, sino un panfleto. La primera se salva por su realización cinematográfica -interpretaciones, escenografía, guión- que dejaba a un lado ciertas deficiencias de documentación. Pero ahora todo ha cambiado, el objetivo de la película ya no es narrar la personalidad de una reina sino justificar y continuar con la Leyenda Negra.
Cate Blanchett dijo esto: Creo que la realidad histórica se ha quedado en un segundo plano, y que el personaje en lugar de ser el rey de España, podría ser de Rusia, Portugal o Francia. En concreto, lo que Shekhar Kapur quería contar es el hecho de que el destino de dos países cambie radicalmente por culpa del viento. Cate, lo siento, pero en 1588 Felipe II ya era rey de Portugal. No dais ni una.
Se pasa de puntillas por el tema de los corsarios, Francis Drake no existe, nada se dice del apoyo a los rebeldes en Francia y Países Bajos, los Tudor de Enrique VIII son la dinastía más honesta del mundo -grandiosa esa frase de la Inquisición que nos trae esa Armada Invencible que pretende acabar con la Libertad que impera en Inglaterra. Hacía tiempo que no me reía tanto, libertad religiosa en Inglaterra...
Si en la primera los españoles éramos los malos, ahora somos los peores.
Felipe II -que nunca será santo de nuestra devoción- es interpretado por Jordi Mollá cuando en 1588 tenía 60 años. El hijo del Emperador Carlos V es la evidencia de esa iconografía hispánica y ultracatólica que trata de representar a un país fanático de ultratumba -¿había alguien que no vistiera de negro?, ¿por qué hablaban en mejicano? ¿en España siempre era de noche como en Finlandia?, ¿por qué el herreriano Escorial se me parece tanto a Westminster?.
Me reí mucho cuando ese piratilla de Walter Raleigh inventado se tira de cabeza al calentito Mar del Norte en plena tempestad mientras se hunden los barcos españoles. Yo envié a mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos, dijo Felipe II al conocer la derrota de la Armada Invencible. Qué gran héroe, una película como esta no lo podía dejar pasar. Tampoco está nada mal el discurso patriótico de la reina a lo Braveheart de peluquería.
¿Salvamos algo? Puestos a ser generosos: la interpretación de Cate Blanchett, el vestuario y la escena de María Estuardo siendo ejecutada (la escena, porque los lloros y el sufrimiento de Isabel al ejecutar a su prima no se los cree ni ella. Sin embargo, seguro que no habrían puesto a Felipe llorando al tiempo que supuestamente asesinaba al príncipe don Carlos con sus propias manos).

A pesar de un esperanzador inicio a modo de road movie, Lisboa se merecía algo más. Las mejores reflexiones están al comienzo, en ese viaje improvisado que realiza un técnico de sonido a través de una Europa sin fronteras, en la que España queda representada por una canción de los Héroes del Silencio, Juan Manuel Gozalo diciendo penalty y un toro de Osborne en la Vía de la Plata.
El resto es un pretencioso discurso sobre la importancia de la imagen y del sonido parapetado en la poesía de Pessoa (como si eso ya otorgara una suficiente justificación intelectual). Lamentablemente esto no es París, Texas y el tedio cada vez se hace más insoportable.
Absténganse de visionar la película aquellos que pretendan viajar a la capital lusa y traten de documentarse. El director -y en su derecho está- muestra lo más sórdido de la ciudad, desaprovechando las posibilidades visuales de la capital más encantadora de Europa, a la que sólo las omnipresentes vistas sobre el Tajo hacen justicia. Porque Lisboa no es una ciudad de paso y solamente llega quien quiere ir. Y esta mediocre película excepto por el Tajo y por Madredeus, podría haberse rodado en cualquier ciudad.

Portugal debería ser uno de los temas más estudiados en España. Sin embargo, vivimos como dos vecinos que no se hablan, de espaldas. A pesar de que el Iberismo -al que desde esta página siempre apoyaremos- parece resurgir en los últimos tiempos, pocos autores españoles -una excepción es Hipólito de la Torre- centran sus investigaciones en el mundo luso. Así que tienen que ser los ingleses los que nos cuenten la historia de su siempre fiel y sumiso Portugal.
El libro no hace una historia total de Portugal, como su erróneo nombre nos indica, pues el tratamiento de la Edad Antigua y Medieval es superficial y no del todo riguroso. El autor emplea entidades inexistentes como Reino de Cataluña (sic) y se equivoca en el análisis comparativo de 1640 entre Portugal y Cataluña.
Sin embargo, a medida que el libro -y la historia- avanza se percibe un incomparable mayor nivel. Efectivamente, la historia moderna y contemporánea ocupan más de dos tercios de la obra. Birmingham analiza tanto las relaciones internacionales de Portugal -especialmente con su siempre aliada Inglaterra, así como sus colonias en África, Asia y América- como la política interior. Pero en lo que más destaca el libro es en el estudio de la estructura social y económica del país, aportando numerosos datos que facilitan la comprensión sociólogica.
Casi siempre estos estudios suelen ir de más a menos pero aquí encontramos una grata excepción. En definitiva, se trata de una obra que debería suprimir su primera parte (antigua y medieval) porque no está a la altura del resto.