Superficial intento de realizar una crítica a la política exterior estadounidense. Asistimos, nuevamente, a un género de moda -Crash, Babel-: historias que se cruzan. Desde un poderoso senador a un poco creíble profesor universitario, pasando por el típico estudiante con talento, dos idealistas soldados y una periodista, interpretada por Meryl Streep en uno de sus peores papeles.
La película no decepciona por lo que se observa sino porque es una obra incompleta. Parece como si lo que se pretende exponer es un extenso prólogo al que le falta un desarrollo y una conclusión.

Las ucronías son un subgénero que pueden dar mucho juego. La Sexta propuso el pasado 14 de abril lo que habría pasado en España con la victoria republicana en la Guerra Civil (algo que ya hizo muchos años antes Jesús Torbado cuando escribió En el día de hoy). El problema de la Sexta es que no puede ser independiente. Todos sabemos que la leche viene de la vaca y no lo podemos ocultar al espectador. Conocemos quiénes están detrás de cada medio de comunicación. Roures, por ejemplo.
Pasando a analizar el documental, se observa la buena voluntad estética pero el contenido es de una mediocridad pasmosa. En primer lugar, observar a la actriz-presentadora del telediario interpretando a una sesuda investigadora es absolutamente ridículo. ¿Por qué investiga sobre la Guerra Civil y no sobre Física Cuántica? Ah, claro, porque de República, Guerra o Dictadura puede opinar todo el mundo pero de Física Cuántica no.
Por otro lado, el documental parte del simplista hecho de que la destitución de Negrín por Indalecio Prieto implicaría un cambio radical en el desarrollo de la guerra. Desaparecido Negrín, desaparecida la influencia soviética -y no será aquí precisamente donde se defienda al catedrático-. Si precisamente por eso se elige a Negrín. Porque son Azaña -curiosa su imagen como cara de la moneda. ¿Acaso hoy aparece Franco?- y Prieto los que impulsan la caída de Largo Caballero y la subida al poder de Negrín por sus buenas relaciones con los comunistas, únicos capaces de cohesionar a un bando tan dividido.
Pero para La Sexta, muerto el perro, muerta la rabia. Aparece Prieto y, por arte de magia, Inglaterra y Francia se acercan milagrosamente a España. ¿Y el Tratado de No Intervención?
Entonces, prosigue la ucronía, los republicanos vencen en la Batalla del Ebro. Sin más explicaciones, con un par. Nada tienen en cuenta la superioridad militar, demográfica, industrial y estratégica del otro bando en dicho momento, en que ocupaban las zonas cerealísticas de la Meseta (el pan suele ser algo importante en la guerra, señores ucronistas) y todo el cinturón industrial del norte (las armas suelen ser también fundamentales, creo yo). Aun así nos dicen que ganan el Ebro, que ¡los alemanes e italianos se van! (creo que sobran los comentarios) y que se produce un golpe de Estado en el bando nacionalista (no se dice cómo, pues debe ser muy fácil, lástima que nadie consultara a los ucronistas durante los cuarenta años de dictadura). Por último, Franco abandona España y se acaba la guerra. Colorín colorado.
Todo lo expuesto evidencia la pobreza argumental de las justificaciones esgrimidas por los creadores del documental. Digan cómo intervienen Inglaterra y Francia y se sacuden de la influencia soviética que tanto gustaba a Churchill. Señalen cómo ganan en el Ebro o se produce ese golpe de estado que acaba con Franco. Esto solo es el principio del documental, demostración de la falta de argumentos del mismo.

Si el Premio Goya recoge lo mejor del cine español y La soledad es su mejor película, nos encontramos en una situación lamentable. Intentar realizar una estética fílmica posmoderna se convierte en una tomadura de pelo cuando no hay nada interesante que contar.
Por lo visto, decir lo anterior es ir contracorriente al discurso políticamente correcto, donde supuestamente la polivisión de Rosales es lo más cool desde el Dogma 95 Vontriersiano.
Se trata de una película que posee el dudoso mérito de no contar nada en los primeros veinte minutos. O de contar algo tan intrascendente que, desde dicho momento, solo puede ir a más porque, simplemente, hacerlo a menos es materialmente imposible.
Por si esto fuera poco, Rosales hace lo que ya dijimos de Wim Wenders en Lisbon Story: desaprovechar deliberadamente el marco escénico -entonces Lisboa; ahora las montañas de León-, lo que es muy legítimo para el director pero que no habría venido nada mal a un proyecto tan carente de recursos como el efectuado.
La Soledad, en definitiva, habría sido un decente corto pero su presuntuosidad lo convierte en un nefasto largometraje.
Cine Español, no sigas por este camino.