Si el Premio Goya recoge lo mejor del cine español y La soledad es su mejor película, nos encontramos en una situación lamentable. Intentar realizar una estética fílmica posmoderna se convierte en una tomadura de pelo cuando no hay nada interesante que contar.
Por lo visto, decir lo anterior es ir contracorriente al discurso políticamente correcto, donde supuestamente la polivisión de Rosales es lo más cool desde el Dogma 95 Vontriersiano.
Se trata de una película que posee el dudoso mérito de no contar nada en los primeros veinte minutos. O de contar algo tan intrascendente que, desde dicho momento, solo puede ir a más porque, simplemente, hacerlo a menos es materialmente imposible.
Por si esto fuera poco, Rosales hace lo que ya dijimos de Wim Wenders en Lisbon Story: desaprovechar deliberadamente el marco escénico -entonces Lisboa; ahora las montañas de León-, lo que es muy legítimo para el director pero que no habría venido nada mal a un proyecto tan carente de recursos como el efectuado.
La Soledad, en definitiva, habría sido un decente corto pero su presuntuosidad lo convierte en un nefasto largometraje.
Cine Español, no sigas por este camino.