A priori la idea de rodar un western español en Bolivia sobre el mítico forajido Butch Cassidy parece totalmente descabellada. Por desgracia, vivimos rodeados de clichés y de ideas apriorísticas que no hacen otra cosa que limitarnos. La sola mención de western y España en la misma frase nos remonta a los escalofriantes tiempos de spaghettis almerienses.
Mateo Gil tiene un sólido bagaje a sus espaldas. Le conocimos como guionista de Tesis y de Abre los ojos, que supusieron un soplo de aire fresco en el cine nacional y desde entonces ha sido un habitual de la filmografía española. Aquí respeta los cánones del género -tipos duros, caballos o trenes- pero le da un brillante toque personal. 
Es un filme por el que los responsables de turismo de Bolivia deberían de estar eternamente agradecidos. Tras ver Blackthorn, uno no no puede sino enamorarse de ese país y de sus contrastes, que rompen con el tópico boliviano. Uno se imagina el típico altiplano como escenario, pero al descubrir, por ejemplo, ese bestial desierto blanco queda totalmente sobrecogido. El Salar de Uyuni pasa, desde el momento en que entra en escena (como si fuera un personaje más), a formar parte del catálogo de lugares que uno desea -o debe- visitar. A pesar de un guión aceptable, efectivo, con un brillante giro narrativo al final, en Blackthorn es protagonista el paisaje: sobre todo la naturaleza de Bolivia pero también la naturaleza humana, que se refleja con inusitado realismo en las arrugas y en las canas de Sam Shepard
En definitiva, Blackthorn es un western español rodado en Bolivia cuyo personaje principal es Buth Cassidy. Y lo que pudo tener de idea descabellada resultó una buena película.