Santi Santamaría ha realizado unas polémicas declaraciones sobre la cocina que actualmente se realiza en España. Aunque se equivoca en determinadas cuestiones, tanto de forma como de fondo, ha colocado sobre el mantel -nunca mejor dicho- alguna de las críticas que cualquier persona se plantea respecto a la actual gastronomía española. Realmente no importan tanto las palabras de Santamaría sino el inicio de un necesario debate sobre cocina.
En primer lugar se ha ubicado al cocinero en un altar mediático que parece, a todas luces, excesivo. No estaríamos en contra de esa gloriosa mitificación si en el mismo Olimpo se ubicaran no solo a los maestros de los fogones sino también, por ejemplo, a estetas de la jardinería, del ladrillo o del taxi. Quizá deberíamos regresar al concepto de la techné griego. Y precisamente de esa condición cambiante del cocinero, que ha pasado de artesano a artista, como si de un nuevo Renacimiento se tratara, derivan muchos de los males de los que adolece nuestra cocina. Porque los dioses no pueden actuar como los hombres, los platos de las divinidades españolas entre fogones se han alejado totalmente del ser humano. Como el fin de los restaurantes es comer, a nadie le gusta quedarse hambriento y solamente hace falta contemplar alguno de los platos de determinados gurús -que luego son seguidos por mediocres imitadores- para comprender que las raciones son ridículas.
No se trata de efectuar un ejercicio de posicionamiento en uno de los dos bandos. O estás con la nueva cocina o en contra de ella. O con la tortilla chips o con la de patatas; no. Tampoco es cuestión de criticar a los popes porque sería de necios no reconocer que han elevado el nivel de nuestra gastronomía. Pero no todo lo que hacían ni Picasso ni Dalí eran genialidades a pesar de ser ambos, sin discusión, genios inigualables.
Resumiendo, la experimentación en cocina es positiva pero no a cambio de tomar el pelo al comensal. Recordemos esta maravillosa canción:

Al hablar de Leones por corderos, resaltábamos su fallido intento de analizar las actuales relaciones internacionales americanas -con el terrorismo islámico como telón de fondo- mediante la utilización de un discurso con un supuesto nivel intelectual. En el punto de mira, en cambio, es todo lo contrario; son conscientes de sus limitaciones y se dedican a lo que mejor saben hacer: entretenernos durante casi hora y media. Un presidente, un atentado terrorista, persecuciones, bombas, actores de moda.
Siguiendo con ese afán de entretener, dejan de lado la rigurosidad contextual. Porque España para Hollywood, al igual que para los viajeros románticos decimonónicos, debe ser un lugar caracterizado por el exotismo. ¿Por qué los estadounidanses siguen pensando que los españoles somos étnicamente igual que los mexicanos? Hay detalles algo jocosos, como los antiglobalización protestando con banderas de España. Probablemente en Estados Unidos, por muy antisistema que seas sigues teniendo cierta querencia a tu país, pero en España -debido a los lastres del franquismo- un antiglobalización no suele llevar la bandera nacional (aunque, curiosamente, sí las senyeras e ikurriñas).
Arquitectonicamente, la reconstrucción de la Plaza Mayor de Salamanca es aceptable, pero cuando la narración sale de ese excepcional e inigualable recinto, hay zonas que se parecen más a Antigua o a Estambul y no a la histórica ciudad universitaria del viejo Reino de León. Evidentemente, la piedra de Villamayor no existe en México.

Hace días fue 26 de abril. Aniversario del bombardeo alemán sobre Guernica. Picasso realizó una de las mejores obras del siglo XX. Hoy aparece una excepcional exploración del mismo en tres dimensiones.



La profesora Isadora Rose afirma en un documental que las tropas francesas en Los fusilamientos de la Moncloa de Goya son una máquina de matar. Señala que es algo totalmente novedoso. Yo también pensaba así hasta que leí un artículo de Portela Sandoval donde nos muestra dos grabados en el contexto de la Guerra de Independencia de las colonias inglesas de América. Tanto el de Paul Revere como el de Henry Pelham, evidencian la disposición de las tropas del mismo modo que empleó el insigne aragonés en su excepcional cuadro. Las formas viajan. Y los grabados, aun más.