Santi Santamaría ha realizado unas polémicas declaraciones sobre la cocina que actualmente se realiza en España. Aunque se equivoca en determinadas cuestiones, tanto de forma como de fondo, ha colocado sobre el mantel -nunca mejor dicho- alguna de las críticas que cualquier persona se plantea respecto a la actual gastronomía española. Realmente no importan tanto las palabras de Santamaría sino el inicio de un necesario debate sobre cocina.
En primer lugar se ha ubicado al cocinero en un altar mediático que parece, a todas luces, excesivo. No estaríamos en contra de esa gloriosa mitificación si en el mismo Olimpo se ubicaran no solo a los maestros de los fogones sino también, por ejemplo, a estetas de la jardinería, del ladrillo o del taxi. Quizá deberíamos regresar al concepto de la techné griego. Y precisamente de esa condición cambiante del cocinero, que ha pasado de artesano a artista, como si de un nuevo Renacimiento se tratara, derivan muchos de los males de los que adolece nuestra cocina. Porque los dioses no pueden actuar como los hombres, los platos de las divinidades españolas entre fogones se han alejado totalmente del ser humano. Como el fin de los restaurantes es comer, a nadie le gusta quedarse hambriento y solamente hace falta contemplar alguno de los platos de determinados gurús -que luego son seguidos por mediocres imitadores- para comprender que las raciones son ridículas.
No se trata de efectuar un ejercicio de posicionamiento en uno de los dos bandos. O estás con la nueva cocina o en contra de ella. O con la tortilla chips o con la de patatas; no. Tampoco es cuestión de criticar a los popes porque sería de necios no reconocer que han elevado el nivel de nuestra gastronomía. Pero no todo lo que hacían ni Picasso ni Dalí eran genialidades a pesar de ser ambos, sin discusión, genios inigualables.
Resumiendo, la experimentación en cocina es positiva pero no a cambio de tomar el pelo al comensal. Recordemos esta maravillosa canción: