El instinto de conservación hace que siempre dirijamos nuestra atención hacia lo que más nos amenaza, pero esto implica necesariamente una infravaloracion de otros planos o hechos también importantes. Entonces, ¿qué ocurre al otro lado? ¿Qué está pasando en el lugar al que nadie atiende? Por esa razón el World Press Photo de este año -otorgado hace una semana al freelance italiano Pietro Masturzo- es sumamente interesante, pues el motivo principal es, en realidad, algo teóricamente secundario. (Un recurso similar realizaba Velázquez en muchos de sus cuadros, como Las Hilanderas, donde la escena más importante estaba en el segundo plano).
La imagen ganadora es un paisaje urbano en el que se observan los tejados de Teherán. Las azoteas son como espacios mágicos del urbanismo, lo más parecido a las montañas, lugares solitarios donde el hombre puede escapar del resto de los hombres, territorios en los que el individuo puede acercarse al cielo y observar lo que ocurre desde las alturas. El instante que capta la imagen es de una belleza inquietante: dos mujeres gritan, de noche, en el contexto de las protestas iraníes durante las convulsas manifestaciones tras las elecciones de junio de 2009. Muchos desconocíamos aquellas reacciones femeninas nocturnas. Muchos desconocíamos aquella Cara b que nos enseña Masturzo. Porque no siempre uno debe fijarse en lo que atienden los demás y hay gente inquieta por demostrarnos otras perspectivas; otras verdades.


Los Premios Planeta suelen ser como los grandes derbis de los partidos de fútbol. Generadores de mucha expectación para que, al final, todo se reduzca a un decepcionante partido demasiado trabado, que termina con un empate a cero goles . En muchas casas existe una colección de Premios Planeta, probablemente comprados gracias a las excepcionales campañas de marketing de la editorial española que mejor se sabe vender. Yo he intentado leerlos casi todos y sólo llegué al punto y final en un mínimo porcentaje: La Tempestad, de Juan Manuel de Prada, La prueba del Laberinto, de Sánchez Dragó, Yo, el rey, de Vallejo Nájera (quizá alguno más que ahora no recuerdo) y, por último, La mirada del otro.
Lo que destaca, ante todo, es su prosa. Fernando G. Delgado mantiene durante toda la novela un nivel sublime de lenguaje. Es una delicia encontrarse, de vez en cuando, textos en los que la forma resulta tan excepcionalmente trabajada. Pero el contenido, además, no desmerece en absoluto.
El argumento gira en torno al diario de una ejecutiva que cuenta su compleja e inestable vida sentimental. Delgado analiza la vida de la burguesía madrileña, donde el personaje de la madre tradicional, viuda, católica, apostólica y romana, es retratado a la perfección. Una mujer preocupada constantemente por las apariencias, por mantener la, en teoría, impoluta imagen de su familia (algo que todos sabemos que resulta imposible porque, como dice el refrán, en todos sitios cuecen habas). La hija supone el ocaso definitivo de ese viejo mundo burgués, lo que provoca graves problemas de conciencia a la madre, preocupada, sobre todo, por el "qué dirán" de una hija, que con cuarenta años aun no se ha casado. Afortunadamente para su salud física y espiritual la anciana no conoce nada de su vida libertina, llena de amigos, rollos y amantes, sobre todo de más edad, algo casi enfermizo, por lo que necesita una terapia.
En definitiva, Delgado nos muestra una serie de aspectos fundamentales de la vida urbana contemporánea, en el que la mujer se ha incorporado al trabajo, suponiendo eso una inmensa ruptura con los tradicionales modelos sociales e implicando una mayor complejidad en las relaciones de pareja.


























Imprescindible para comprender la preponderancia cultural euroasiática durante milenios, expuesta magistralmente en su premiada Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies (sobre todo gérmenes, lo que anula la tesis racista hispánica), Jared Diamond concede una interesante entrevista a El País y es objeto de un análisis en el interesante blog papeles perdidos, donde comparan sus investigaciones -especialmente las de su obra Colapso- con la película Avatar y con los luctuosos acontecimientos acaecidos en Haití. La comparación entre lo sucedido en la Isla de Pascua y en Haití es aceptable pero yo no termino de ver lo que existe en común con la rentable película de James Cameron.