Leo una noticia de Europa Press, recogida por 20 minutos, donde se señala que la OIE recomienda denominar gripe norteamericana (y no porcina) a la actual epidemia porque así se hizo con la española y con la asiática, debido a los orígenes geográficos. Corriendo el riesgo de ser reiterativos, ya dije que nada tuvo que ver España en el origen de la pandemia de 1918. Se nos atribuyó una especie de nueva leyenda negra porque, al permanecer aislados del conflicto bélico, nuestra prensa -cuando todavía había prensa- fue la que más se hizo eco del problema de salud mundial. El resto de países no podían permitirse una noticia así. Por eso lo de gripe española, nada que ver con los orígenes geográficos de la misma. Olé por los señores de la OIE, Europa Press y 20 minutos.

Observar un partido de la liga española de baloncesto cuando puedes disfrutar con otro de la NBA es un acto arriesgado. El único motivo que me lleva a estar a favor de la contemplación del nuestro frente al suyo es el puramente sentimental, pues todavía -no sé si por mucho tiempo- siento más cercano a Felipe Reyes que a Pau Gasol. Algo parecido me debería pasar con las series. Sin embargo, en éstas, al no existir el componente pasional que, sin duda, posee el deporte, las comparaciones resultan aún más odiosas. Quizá por eso prefiero ver a Jack en Lost que al inefable doctor Mateo (¿por qué no hablan con el acento del lugar donde se sitúa la acción?). Ha llegado un momento en que ya no me importa que el retrato de una isla misteriosa sea infinitamente menos cercano que el de un pueblecito asturiano. Me da lo mismo. Lo único que quiero es disfrutar frente a la pantalla.

Como si de la más conocida novela de Saramago se tratara, una letal epidemia, la gripe -esta vez porcina-, se extiende imparable entre México y Estados Unidos. Aunque sea controlada, más tarde o más temprano una pandemia -ésta u otra- afectará a todos los continentes.
En 1918, todavía en plena Primera Guerra Mundial, se produjo la conocida popularmente como Gripe Española. Aunque sus primeros casos se detectaron en Kansas (otros piensan que en Francia), se conoce como española porque nuestro país, que no participó en la contienda, fue en el que menos se censuró la noticia -tal vez un capítulo más de la Leyenda Negra-. En los otros, la guerra monopolizaba todas las informaciones. Si la Gran Guerra se caracterizó por algo más que su minuciosa planificación o la época de las trincheras, fue por su concepto global. A pesar de la creencia habitual de su exclusiva europeidad, lo cierto es que fue el primer conflicto mundial -global, se diría hoy-. Intervinieron treinta y dos estados y se combatió en África, el Pacífico o en las Malvinas. La extensión mundial del conflicto, gracias a los avances en los medios de transporte, condujo a la pandemia. Fallecieron, según estimaciones, entre 50 y 100 millones de personas, un cinco por ciento de la población mundial.
Ahora es el porcino, ayer el ave. Lo que está claro es que llegará.





Acabo de enterarme la noticia del fallecimiento de Antonio Pereira. Me he puesto a buscar, entre mis libros, su Cuentos del noroeste mágico. No lo encuentro. Hoy no podía ser de otra forma. Descanse en paz.




















Apenas veo cine. Las excepciones que me permito sirven para convencerme todavía más del ocaso del modelo tradicional. Los buenos guionistas ahora hacen series de televisión.
Todo comenzó -hace algunos años- con Lost. Primero leí a Stevensson y a Verne; más tarde a Wells. Islas, viajes en el tiempo.Ése era un camino destinado, sin saberlo, a ver Perdidos.
Como si se tratara de un sincretismo de la ficción del nuevo milenio, las aventuras de los supervivientes de un accidente aéreo nos transportan a una misteriosa isla en la que se descubre la verdadera condición humana. Eso es Perdidos: realidad sobre ficción. En la isla, el hombre se reencuentra con el hombre. Con su presente, con su pasado y con su futuro. No hay otra situación más real que ésa: ubicarnos en un universo fantástico donde todo es posible.