Observar un partido de la liga española de baloncesto cuando puedes disfrutar con otro de la NBA es un acto arriesgado. El único motivo que me lleva a estar a favor de la contemplación del nuestro frente al suyo es el puramente sentimental, pues todavía -no sé si por mucho tiempo- siento más cercano a Felipe Reyes que a Pau Gasol. Algo parecido me debería pasar con las series. Sin embargo, en éstas, al no existir el componente pasional que, sin duda, posee el deporte, las comparaciones resultan aún más odiosas. Quizá por eso prefiero ver a Jack en Lost que al inefable doctor Mateo (¿por qué no hablan con el acento del lugar donde se sitúa la acción?). Ha llegado un momento en que ya no me importa que el retrato de una isla misteriosa sea infinitamente menos cercano que el de un pueblecito asturiano. Me da lo mismo. Lo único que quiero es disfrutar frente a la pantalla.