Los Premios Planeta suelen ser como los grandes derbis de los partidos de fútbol. Generadores de mucha expectación para que, al final, todo se reduzca a un decepcionante partido demasiado trabado, que termina con un empate a cero goles . En muchas casas existe una colección de Premios Planeta, probablemente comprados gracias a las excepcionales campañas de marketing de la editorial española que mejor se sabe vender. Yo he intentado leerlos casi todos y sólo llegué al punto y final en un mínimo porcentaje: La Tempestad, de Juan Manuel de Prada, La prueba del Laberinto, de Sánchez Dragó, Yo, el rey, de Vallejo Nájera (quizá alguno más que ahora no recuerdo) y, por último, La mirada del otro.
Lo que destaca, ante todo, es su prosa. Fernando G. Delgado mantiene durante toda la novela un nivel sublime de lenguaje. Es una delicia encontrarse, de vez en cuando, textos en los que la forma resulta tan excepcionalmente trabajada. Pero el contenido, además, no desmerece en absoluto.
El argumento gira en torno al diario de una ejecutiva que cuenta su compleja e inestable vida sentimental. Delgado analiza la vida de la burguesía madrileña, donde el personaje de la madre tradicional, viuda, católica, apostólica y romana, es retratado a la perfección. Una mujer preocupada constantemente por las apariencias, por mantener la, en teoría, impoluta imagen de su familia (algo que todos sabemos que resulta imposible porque, como dice el refrán, en todos sitios cuecen habas). La hija supone el ocaso definitivo de ese viejo mundo burgués, lo que provoca graves problemas de conciencia a la madre, preocupada, sobre todo, por el "qué dirán" de una hija, que con cuarenta años aun no se ha casado. Afortunadamente para su salud física y espiritual la anciana no conoce nada de su vida libertina, llena de amigos, rollos y amantes, sobre todo de más edad, algo casi enfermizo, por lo que necesita una terapia.
En definitiva, Delgado nos muestra una serie de aspectos fundamentales de la vida urbana contemporánea, en el que la mujer se ha incorporado al trabajo, suponiendo eso una inmensa ruptura con los tradicionales modelos sociales e implicando una mayor complejidad en las relaciones de pareja.