A pesar de un esperanzador inicio a modo de road movie, Lisboa se merecía algo más. Las mejores reflexiones están al comienzo, en ese viaje improvisado que realiza un técnico de sonido a través de una Europa sin fronteras, en la que España queda representada por una canción de los Héroes del Silencio, Juan Manuel Gozalo diciendo penalty y un toro de Osborne en la Vía de la Plata.
El resto es un pretencioso discurso sobre la importancia de la imagen y del sonido parapetado en la poesía de Pessoa (como si eso ya otorgara una suficiente justificación intelectual). Lamentablemente esto no es París, Texas y el tedio cada vez se hace más insoportable.
Absténganse de visionar la película aquellos que pretendan viajar a la capital lusa y traten de documentarse. El director -y en su derecho está- muestra lo más sórdido de la ciudad, desaprovechando las posibilidades visuales de la capital más encantadora de Europa, a la que sólo las omnipresentes vistas sobre el Tajo hacen justicia. Porque Lisboa no es una ciudad de paso y solamente llega quien quiere ir. Y esta mediocre película excepto por el Tajo y por Madredeus, podría haberse rodado en cualquier ciudad.