Un clásico de la literatura que sólo tiene cincuenta años. Con una prosa exquisita y una fiel reconstrucción histórica de la unificación italiana -Garibaldi, Victor Manuel II de Saboya-, Lampedusa muestra su absoluto dominio de lo que escribe. Tal vez porque está describiéndose.
Sicilia como paradigma de una sociedad cambiante: del Antiguo Régimen al liberalismo; desde la aristocracia, en este caso del Príncipe de la Salina y de su familia, a la burguesía, los Sedara. Como mal menor, un enlace entre los dos poderes.
Por otro lado, en la obra se da otra contraposición: la decadencia vital de don Fabrizio, el Príncipe, protagonista absoluto de la novela, con la imparable ascensión de su sobrino Tancredi, enérgico y atractivo.
Una historia total, deudora de Sthendal, con descripciones realistas de la mediterránea isla -que irremediablemente nos obliga a visitar-, y personajes que se mueven entre la ambición y el deseo, en un universo de palacios, montes y pueblos prácticamente aislados por su condición insular y por su propia personalidad de la civilización. Sicilia como metáfora de un mundo dentro del mundo.
Lampedusa escribió el libro en el ocaso de su vida -como le ocurre a don Fabrizio- y no pudo verlo publicado. Otra ironía más del destino de los Sedara.