Un historiador militar, un hombre obsesionado por la guerra, un tipo con aires de grandeza, un estratega excepcional, un valiente, un temerario, un maleducado, un gurú, un defenestrado, etc. Todo eso es Patton, amado y odiado al mismo tiempo.
El monólogo que inicia la película es magistral y define mejor que nadie al tipo que vamos a observar durante un par de horas delante de nuestros ojos.
¿Montgomery o Patton, he ahí la cuestión? En la guerra no nos queda ninguna duda: Patton.
Lo de Monty en El Alamein no fue una cosa tan anormal ante un ejército -el de Rommel- sin combustible. Al inglés no le quedaba otra que desgastar al contrario y no hacer movimientos osados porque sabía que El Zorro era infinitamente mejor estratega que él.
Patton se le adelantó en Sicilia (mientras el inglés se atascaba) e hizo literalmente lo imposible en Bastogne.
La película fue realizada cuando los estadounidenses perdían Vietnam y necesitaban héroes. Patton, con sus virtudes y defectos (que de paso moralizan), lo era. Y la excepcional interpretación de Scott, secundado por Karl Maden como el moderado general Bradley, más el correcto guión de un joven Coppola, contribuyeron al éxito de un filme rodado en exteriores españoles donde Aranjuez, por ejemplo, era Córcega.