Con El orfanato pasa como con esas anomalías de la memoria que llaman Deja vú: uno tiene la sensación de haberla visto anteriormente. Efectivamente, a pesar de los notables esfuerzos del director, la película nos remite constantemente a Los otros y a El sexto sentido (sobre todo por la madre histérica, el niño raro y la casa misteriosa).
Desde ese momento el espectador tiene dos opciones: o considerar El orfanato como mero ejercicio comercial o, por otro lado, valorar la impecable factura de su realización técnica. El primer camino nos conduce a la acumulación de una serie de tópicos del género: abuso de portazos, oscuridad, gritos. Es el problema de un género tan manido, donde hacer cosas nuevas es prácticamente imposible. Todos correctos, en fin, pero poco más.
Que sea la película española más taquillera en varios años nos indica varias cosas: que el espectador español no gusta de historias intimistas de hoy -el género que más abunda entre nuestros realizadores- y que las superproducciones nacionales (Alatriste, El laberinto del fauno) suelen triunfar.