Cuando uno lee a Auster, percibe la impresión de que está frente a un tipo que se encuentra en un peldaño superior al resto. El lector sabe con antelación que no le puede defraudar. Con un dominio absoluto de la técnica narrativa, el libro presenta esos juegos tan austerianos de la literatura dentro de la literatura, de las historias dentro de otras historias.
Homenajeando al cine mudo -que tan bien conoce Auster-, descubrimos la vida de un escritor, de un cineasta e, incluso, de un personaje de ficción, Martin Frost -llevado al cine por el propio Auster en lo que parece otra de sus complejas metahistorias.
Cuando el lector acaba el libro, con un sublime final, siente que Hector Mann es absolutamente real y necesita ver alguna de sus inteligentes películas como Don Nadie. Es percisamente en ese instante cuando se da cuenta de la magia de esta maravillosa novela donde la ilusión nos parece realidad.