La prehistoria no es una época que pueda llevarse a la gran pantalla con facilidad. Se precisa, en primer lugar, una rigurosa investigación -el gran fallo de Annaud (brevemente comentado en el último párrafo)-, pero por otro lado, también se precisa un sólido argumento que evite el posible hartazgo. Parece complejo, por lo tanto, realizar una película en estas condiciones, más propicias a priori para un documental divulgativo que para una narración de ficción.
Sin embargo, En busca del fuego posee la tremenda virtud de lograr que el espectador se apropie de una historia poseedora de tal excepcional capacidad narrativa que no precisa del empleo de subtítulos. La película se convierte en la obra maestra -tal vez la única- del cine prehistórico.
Annaud, autor de la magistral adaptación de El nombre de la rosa, contó con la colaboración de Anthony Burgess para la construcción de un lenguaje coherente. Gracias a la película descubrimos -y así debería ser todo cine histórico: descubrimiento- la amistad (los cazadores acuden al rescate de su compañero), el paso de la instintiva sexualidad animal al amor, o el proceso de aprendizaje de nuevas técnicas.
Aunque existen una serie de graves errores científicos como ¡la convivencia de cuatro especies de homínidos!, incluso una ya inserta en el Neolítico - circunstancias imposibles tratándose de 80.000 años a. C.-, la cinta no debe dejarse de lado y ha de ser valorada, sin duda, positivamente.