Cuarón es de esos cineastas que tienen por destino la irregularidad. Capaces de lo mejor y de lo peor -como decían de Marco Van Vasten y de Salvador Dalí- arriesgan sus carreras en la búsqueda de la dificultad.
Si con la pretenciosa Grandes esperanzas casi levanta al mismísimo Dickens de su eterno descanso, anteriormente había logrado convencer a casi todos con una tierna aventura fantástica llamada La princesita. Posteriormente una road movie, con tres excepcionales interpretaciones, devolvió al director su confianza y fue elegido por la fábrica Potter para rodar con mediocridad una de sus aventuras.
Tras este recorrido profesional el destino de Cuarón no podía ser otro que un relato de ciencia ficción. La ausencia de fertilidad provoca el caos en el planeta. Desde ese momento se establece la eterna y maniqueísta lucha entre Bien y Mal. El director construye una consistente película de género. La repetición de algunos recursos como la acumulación de obras de arte -por ejemplo V de Vendetta- no hace sino contextualizar la obra donde interesa, en ese estrecho límite entre lo real y lo increíble. La gris Londres convertida en la aun más gris capital del caos.