Sin perdón nos reconcilia con un cine sencillo, que no necesita mentirnos porque sabe que es superior. Hay películas que jamás se olvidan porque provocan una serie de sensaciones inigualables. Llega Clint Eastwood y nos dice: tranquilos, sentaos en el sofá, que aquí estoy yo para recordar los viejos tiempos. Para algunos, esos viejos tiempos son los de nuestra infancia, mientras admirábamos a Wayne sentados en un sofá, después de comer, queriendo ser como él o, al menos, sintiendo que estábamos allí, en el viejo oeste. Es imposible tratar de comprender cómo los yanquis fueron capaces de crear una iconografía supuestamente histórica tan fácilmente reconocible. Gracias a Eastwood podemos volver a sentir la tensión, la dureza o el paisaje de un mundo dominado por la mentira pero tan real a la vez. Gracias.