Hoy no eres lo suficientemente cool si no estás a favor del libro electrónico. Algo similar a lo que sucede con el fútbol, donde si te declaras mourinhista pasas a formar parte de ese grupo de malditos herejes que se oponen a la ortodoxia reinante. La heterodoxia que supone amar al libro de toda la vida, ese que, además de leer, algunos olemos y tocamos -experiencia estética, más bien-, implica caer en el pecado mortal de lo retrógrado. Me gusta el libro como objeto. Como decía el otro día en el Twitter, jamás me dio por venerar a los discos de vinilo o a los cedés. En cuestiones musicales el formato siempre fue lo de menos para mí y, aunque haya supuesto una pérdida de la obra en favor de la canción, prefiero el formato digital. Tampoco me importa ver una película en el ordenador. Es más, lo prefiero al cine, ya que puedes pararlo y levantarte a mear o abrir la nevera y cortar unas rajas de salchichón. Sin embargo, me da miedo que desaparezca ese íntimo acto sensorial que sucede al leer una novela en papel.

Pd: igual me compro un Kindle.