Por lo general hay una máxima que suele cumplirse en Cinematografía: si hay guión, hay película. A esta sencilla regla se le puede añadir otra variable para completar la ecuación: si hay director, hay película. Es decir, a buen guión y buen director, buena película, seguro.
Sam Mendes ya había demostrado su gran calidad en American Beauty, sátira de la sociedad estadounidense. Ante Camino a la Perdición uno no puede hacer otra cosa que rendirse a sus pies -hay guión, hay director; hay película.
Junto con Muerte entre las flores y L.A. Confidential probablemente estemos hablando de la mejor producción de cine negro de los últimos tiempos -quizá porque inexplicablemente no existe cine negro en la actualidad-. Un sencillo guión -a pesar de ser mafiosos sabemos quiénes son los buenos y quiénes los malos, sobre todo si Tom Hanks protagoniza la película- y una magnífica recreación de la época de la Ley Seca. Los años veinte en Estados Unidos, la nueva primera potencia mundial tras la guerra, inversiones en una bolsa que no cesa de crecer (hasta que dejó), El gran Gatsby, a bailar, a beber, sobre todo whisky de las mafias irlandesas.
Gracias, Mendes, por recuperar el cine negro.