La pintura impresionista revolucionó el arte de finales de siglo diecinueve. La aparición de la fotografía -Niepce y Daguerre-, implicaba que la representación de la realidad ya no podría seguir por los caminos tradicionales. De ese modo, el crítico francés Castagnary definió en 1874 el cuadro Salida del sol de Monet no como paisaje sino como "impresión".
Partiendo del impresionismo, Georges Seurat trató de realizar una pintura científica. Charles Blanc en 1867 aseguró que el color, controlado por leyes físicas, podía ser enseñado como la música. En su Grande Jatte se evidencia que esto ya no es la impresión de la que habla Castagnary. Nada hay de la improvisación anterior. Sin embargo, el tremendo esfuerzo de Seurat -dos años tardó en hacer la obra- no condujo a la perfección deseada. Los personajes resultantes parecen simples recortes sin alma insertos en un paisaje desnaturalizado.
La temprana muerte de Seurat es la metáfora del evidente fracaso del puntillismo.