Un tema recurrente con personajes arquetípicos. A veces el camino más rápido hacia la excelencia es la sencillez. El horror nazi es observado desde la inocente perspectiva del hijo de un importante cargo alemán. Bruno tiene nueve años y vive feliz en su casa de cinco plantas de Berlín. Nada sabe del nazismo -a pesar de que Hitler y Eva Braun hayan cenado en su casa- ni de la guerra ni de los campos de concentración.
Si pretendemos analizar este libro desde la perspectiva de un adulto nos parecerá hueco y superficial porque el autor trata de situarnos en la piel de un niño. Cuando a su padre le encomiendan la misión de dirigir un campo de concentración, Bruno protesta porque él prefiere Berlín y no entiende cómo pueden haber abandonado su casa de cinco plantas por una de solamente dos. Tampoco sabe qué es exactamente lo que observa a través de su ventana: gentes delgadas con el mismo pijama de rayas. Incluso le gustaría estar allí porque tendría niños con los que jugar. A Bruno le gustaría ser explorador, como Colón, y en una de sus expediciones conoce a Shmuel, que vive al otro lado de la alambrada. Una amistad que unirá a un judío con un alemán.